viernes, 26 de octubre de 2012

“La conquista española de la nación azteca”
Mural de Diego Rivera
(1886 - 1957)
520 años de
la conquista


En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una
reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien
adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia
que la moja". “Los hijos de los días".
Eduardo Galeano.



*Por Eduardo Galeano

 A tiros de arcabuz, golpes de espada y soplos de peste, avanzaban los implacables y escasos conquistadores de América. Lo cuentan las voces de los vencidos. Después de la matanza de Cholula, Moctezuma envía nuevos emisarios al encuentro de Hernán Cortés, quien avanza rumbo al valle de México. Los enviados regalan a los españoles collares de oro y banderas de plumas de Quetzal. Los españoles "estaban deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro", dice el texto náhuatl preservado en el Códice Florentino. Más adelante cuando Cortés llega a Tenochtitlán, la espléndida capital azteca, los españoles entran en la casa del tesoro "y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron, prendieron llama a todo lo que restaba, por valioso que fuera: Con lo cual todo ardió. Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron a barras...”
 

Hubo guerra, y finalmente Cortés, que había perdido Tenochtitlán, la reconquistó en 1521. "Y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer y nada comimos". La ciudad, devastada, incendiada y cubierta de cadáveres, cayó. "Y toda la noche llovió sobre nosotros ". La horca y el tormento no fueron suficientes: Los tesoros arrebatados no colmaban nunca las exigencias de la imaginación, y durante largos años excavaron los españoles al fondo del lago de México en busca del oro y los objetos preciosos presuntamente escondidos por los indios.
 

Pedro de Alvarado y sus hombres se abatieron sobre Guatemala y "eran tantos los indios que mataron, que se hizo un río de sangre, que viene a ser el Olimtepeque y también "el día se volvió colorado por la mucha sangre que hubo aquél día antes de la batalla decisiva, y vístose los indios atormentados, les dijeron a los españoles que no les atormentaran más, que allí les tenían mucho oro.. plata, diamantes y esmeraldas que les tenían los capitanes Nehaib lxquín, Nehaíb hecho águila y león. Y luego se dieron a los españoles y se quedaron con ellos..."
 

Antes de que Francisco de Pizarro degollara al Inca Atahualpa, "le arrancó un rescate de andas de oro y plata que pesaban más de veinte mil marcos de plata, fina, un millón y trescientos veintiséis mil escudos de oro finísimo... ". Después se lanzó sobre el Cuzco. Sus soldados creían que estaban entrando en la Ciudad de los Césares, tan deslumbrante era la capital del imperio incaico, pero no demoraron en salir de su estupor y comenzaron a saquear el templo del sol: "forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando llevarse del tesoro la parte del león, los soldados con cota de malla, pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable... Arrojaban al crisol para convertir el metal en barras, todo el tesoro del templo: las placas que habían cubierto los muros, los asombrosos árboles forjados, pájaros y otros objetos del jardín"
 

Hoy día, en el zócalo, la inmensa plaza desnuda del centro de la capital de México, la catedral católica se alza sobre las ruinas del templo más importante de Tenochtitlán, y el palacio de gobierno está emplazado sobre la residencia de Cuauhtémoc, el jefe azteca ahorcado por Cortés. Tenochtitlán fue arrasada. El Cuzco corrió, en el Perú, suerte semejante, pero los conquistadores no pudieron abatir del todo sus muros gigantescos y hoy puede verse, al pie de los edificios coloniales, el testimonio de piedra de la colosal arquitectura incaica.
 


*Escritor
De “Las Venas Abiertas de América Latina”

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