martes, 16 de noviembre de 2010

Historia Nuestra

Madres de la Plaza, el coraje que no cesa

“Nos tienen miedo porque no tenemos miedo...”


Desde que la Junta Militar puso fin al gobierno de María Estela Martínez de Perón en marzo de 1976, el término “desaparecido” pasó a formar parte del vocabulario cotidiano de la Argentina.

Para eliminar a los ciudadanos que los militares consideraron “enemigos potenciales”, se actuó con discreción. Simplemente eran secuestrados por grupos de tareas no identificables, o por miembros de las fuerzas policiales o militares y desaparecían sin dejar rastro, y, en general no se volvía a hablar de ellos.

Nada de asesinatos espectaculares o masacres a pleno día al estilo de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), nada de redadas masivas que hicieran recordar al estadio nacional chileno, nada de arrestos.
Jorge Rafael Videla se aventuró a decir en una conferencia de prensa “los desaparecidos no están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”.

El plan elaborado por el gobierno pareció funcionar, pero no tuvieron en cuenta las posibles reacciones de los familiares de los desaparecidos, que no se resignaron a aceptar las maniobras dilatorias del gobierno para darles una respuesta y mucho menos a olvidar a sus seres queridos.

Un sábado de 1977 a las cinco de la tarde, catorce mujeres, madres de desaparecidos, desafiaron la prohibición del derecho de reunión y manifestaron en la Plaza de Mayo su dolor y su bronca a la falta de respuesta del gobierno.

Luego acordaron reunirse los jueves de 15:30 a 16:00 horas porque era un horario en el que transitaba mucha gente. Los mismos policías que custodiaban la plaza les indicaron que caminaran de a dos por que el país estaba bajo Estado de Sitio y estaban prohibidos los grupos de 3 ó más personas.

Así comenzaron las marchas alrededor de la Pirámide de Mayo.
En diciembre de 1977 nueve militantes de organizaciones de familiares son secuestrados en la puerta de la Iglesia de la Santa Cruz, donde se habían reunido para dar los toques finales a una solicitada que intentarían publicar en La Nación, el 10 de ese mes.
Dos familiares, entre ellos Azucena Villaflor, impulsora de Madres, son secuestrados 48 horas después en sus domicilios y desaparecen.

Ese mismo mes son secuestradas las religiosas francesas Léonie Duquet y Alice Domon que formaban parte de las misiones extranjeras en villas y trabajaban en las Ligas Agrarias.
Este fue un duro golpe para las Madres y para el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.

La irrupción de las Madres fue la primera respuesta pública que surgió de la sociedad civil a la represión. Si bien al comienzo su reclamo fue casi en total soledad, con el tiempo su trabajo sistemático y tenaz comenzó a conocerse gracias a los testimonios de la prensa extranjera y al apoyo de algunos sacerdotes.

Además de las Madres, también se formaron otras organizaciones que agruparon a personas o familiares afectados por el terrorismo de Estado, como los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por razones políticas y las Abuelas de Plaza de Mayo.
Estas últimas, se dedicaron a rastrear a sus nietos nacidos en los centros de detención clandestinos o secuestrados junto a sus padres, y de los cuales no tenían noticias.

Los reclamos de los familiares fueron acompañados por otras organizaciones que ya existían antes de 1976 como el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.

A partir de que el Comité Noruego otorgó el Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel, coordinador general de la SERPAJ, el 13 de octubre de 1980, los organismos de derechos humanos contaron con un respaldo que les permitió actuar con más libertad.

Prof. Isabel Rodríguez

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