martes, 13 de octubre de 2009

LA ALDEA DE LA OBSERVACIÓN
Los encuentros

En el intento de completar una trilogía iniciada en esta revista hace dos números con las notas sobre los reencuentros y los desencuentros, ahora veremos el tema de los encuentros. Desde los que refieren a la amistad, la vecindad y amorosos.
El diccionario define “encontrar” como el “acto de coincidir en un punto dos o más cosas”. Otra definición dice que es un verbo transitivo / pronominal y que significa que es, por un lado, “Topar una persona con otra o con alguna cosa que busca”, y por otro lado, “dar con una persona o cosa sin buscarla”. Así como también “encontrado” es algo o alguien, como adjetivo que significa, por un lado, “puesto enfrente”, y en otra acepción, “opuesto, antitético”.
Difícil es explicar el porqué de un encuentro entre dos o más personas. Identificaciones, afinidades, “piel”, historias o puntos comunes en las historias personales, razones de índole ideológica, formas de sentir, edades, intereses, coincidencias, muchas son las razones para que éste se dé.
Pero, ¿qué es un encuentro? Muchos hablan no sólo de un encuentro con otro y con los otros, si no, a la par, en un encuentro con uno mismo. Desde la perspectiva más psicológica y social, el encuentro con uno mismo deviene del previo encuentro con un otro y muchos otros.
Tal vez, estos otros en el encuentro con uno mismo refiera más con un estadío más espiritual, puede ser el caso de los creyentes o practicantes de alguna forma de espiritualidad.
Mientras otros refieren esta circunstancia como ese lugar “para mí”, que puede relacionarse con los momentos de ocio y placer de reunión con quienes en afinidad buscan o comparten algo parecido.
El encuentro en el amor, puede referir al flechazo con un otro, el enamoramiento, o luego, la construcción duradera, relativamente, de un vínculo de a par, con la posibilidad de desarrollar un proyecto.
“Sólo encontraras lo que buscas, cuando ceses de buscar”, dice un dicho del budismo zen, no fácilmente accesible a nuestras urgencias occidentales. Sin embargo, algo de esto es cierto: la búsqueda afanosa de un encuentro para cubrir soledades, por ejemplo, pareciera retrasar el mismo. El otro percibe la “persecución” y se retira ante el incontenible avance.
Veamos lo de las diferencias con los otros. Encontrarse supone a veces la fantasía, necesaria, de ponerle al otro cosas de nuestro deseo, fantasías o idealizaciones. Dijimos algo de esto en la nota sobre los reencuentros. Pero el otro, siempre, es un otro diferente, no es como nosotros. Probablemente no piensa, no siente de la misma manera, y probablemente no comulga con algunas de nuestras creencias, quizá ni las tiene.
Pero, así y todo, las personas se encuentran, comparten, si no todo, buena parte de sus sentires, emociones, producen cosas juntos, se divierten, con todas las dificultades y obstáculos que esto presenta.
Y veamos lo del tiempo. En la amistad por ejemplo, y aquí siempre hay que tener en cuenta la historia vivida o construida en ciertas etapas, o desde siempre. Uno ha tenido amigos en la niñez, en la adolescencia, en la juventud y en la madurez. Algunos de estos vínculos se sostienen a lo largo de la vida, otros aparecen y se diluyen por otros caminos, algunos regresan, y uno también puede regresar, a veces.
En la amistad el tiempo resulta más relativo quizá que en el vínculo familiar o de pareja, que requiere de una presencia más constante, aún a la distancia.
La amistad supone menos obligaciones de esa clase, aunque la lealtad, la sinceridad y cierta disponibilidad, hacen honor a la misma. Algo así como que si a la planta, uno nunca la riega, es muy probable que un día se seque.
Ni bueno ni malo, quizá ése era el destino de ese vínculo, donde quizá ya ninguna de las dos partes viven esa “magia” que fue la relación.
Entonces, uno puede preguntarse si las amistades se pierden: algunas sí, así como otras, que surgieron desde algún encuentro, aunque el tiempo pase, están ahí, como latentes, siempre prestas a emerger y ser retomadas. O, si el tiempo diluyó el vínculo esto sea quizá porque no hubo realmente al fin una amistad a partir de algún encuentro. Tal vez hubo compañerismo, vecindad, alianza momentánea, que se incluyen en lo amistoso, pero que no determinan la viceversa, porque falta ese “algo más”.
También no podemos olvidar los encuentros para siempre, donde la amistad resulta mucho más dedicada y exclusiva. Esos “amigos del alma”, que quizá son contados con los dedos de una mano y que aparecieron en alguna situación muy especial de nuestras vidas, y que en épocas tan individualistas como ésta pocos tienen el raro privilegio de tener.
Reencuentros, desencuentros, encuentros, situaciones todas que pasamos los humanos como una tríada que hace más amigable, si vale el término, lo cotidiano de cada día.

Roberto Sánchez
Psicólogo social

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