martes, 30 de junio de 2009

LA ALDEA DE LA OBSERVACIÓN
El poder de
la palabra

Llega junio y las cosas se definen. No sólo por lo del domingo 28: es mitad de año. “Lo que no arrancó –piensan muchos– ya no arranca”. Los optimistas, al revés, “todo va a mejorar”.
En estos temas no cuenta la “realidad”, los datos, los índices, los pronósticos, las estadísticas, las encuestas, la confirmación o refutación de hipótesis: cuenta lo que yo siento, lo que me parece, lo que percibo, aunque sea de cabo a rabo errado, no importa, pura subjetividad, pero parte de la “realidad” al fin. “Mi” realidad.
En el contexto de un yo asediado, atiborrado por malas noticias, pálidas, violencias, desconfianzas, el sustrato que queda es la devaluación de defensas y fortalezas. Como símil del cuerpo orgánico aquejado por la gripe, no necesariamente porcina, gripe “común”, si se quiere, virus que se instala cuando bajan las defensas, y sólo se retira cuando éstas suben.
Entonces, la cama, dormir, controlar y bajar la fiebre, algún antibiótico, o algún medicamento homeopático, o Flores de Bach, o psicoanálisis, o el acompañamiento del amigo, pariente, el ser querido, y otra vez un espacio para LA PALABRA.
La palabra que, cuando está apocada, expresa el devalúo espiritual, ciudadano, del yo asediado que decíamos.
Y al revés, la palabra liberada como sanadora, no sólo por el poder hablar, si no por el poder decir: lo que pienso, lo que siento, a alguien más, y sin son unos cuántos que me escuchan y dicen, mejor.
Es como volver a salir de un letargo, y esto se puede trasladar a cualquier ámbito.
Hay ganas contenidas de decir, a pesar del error, del ridículo, del “qué dirán”, de la negación de algún otro, del ninguneo, de la indiferencia, del maltrato, del miedo y los miedos, y la calle que no resulta tan tan peligrosa como dicen, es habitable también, y no sólo transitable, como ése que está al lado y que de movida se me aparece como el “ogro”, de ése con el que comparto las horas, los días o la vida.
Hablar, decir, liberar los demonios del silencio, del no poder ser sincero, porque eso tiene un costo, que mantiene, aunque hipócritamente a veces, vínculos forzados, y que, al mismo tiempo, se muestran en otra parte como síntoma que avisa. Y tener tiempo y darse tiempo, para mí, para los que quiero.
Es junio, ya está el invierno, mitad de año. Sólo hay que saber disfrutarlo, atravesarlo, quizá no tan plácidamente como la primavera. Aunque para ella, sabemos, ya falta menos.


Roberto Sánchez
Psicólogo Social

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