domingo, 19 de febrero de 2012


Muchacho ojos
de papel

(Luis Alberto Spinetta. 1950-2012)


“El Flaco” nos “marcaba” de cerca. No en el sentido de “tira”, si no creativamente. Su onda tiraba. Eran los años 70, el final de la dictadura de Lanusse, el regreso de Perón en el 73 y la primera vuelta de la democracia, ése era el contexto, y desde ahí, muchos lo recordamos al quía en esos recitales los sábados a la mañana en el viejo canal 11, ya con Pescado rabioso. Aunque sus inicios fueron bastante antes, claro. Beatles, Rolling, Credence, el rock nacional (todavía, “música progresiva”), iba creciendo en lirismo y creatividad, desafiando un agobio diverso: la música comercial (“complaciente”) y el autoritarismo gobernante y social. Al fin , la movida de los que siempre quieren otra cosa porque lo que hay no les gusta, los jóvenes.

Los años pasaron, Luis siguió haciendo lo suyo en esos vaivenes, y su creatividad nunca amenguó. A veces no nos dábamos cuenta, la vida nos llevaba por mil caminos, pero él siempre estaba ahí, como una estaca, produciendo. Podían gustar más o menos sus obras, con discos más fuertes, pero él estaba, con imagen medida, y siempre con esa tenaz búsqueda de precisión y humildad, en iguales dosis.

Suena tonto y remanido, pero la muerte, otra vez, nos hace valorar o revalorar lo que en vida vale agua (decir “oro” hoy no tendría el mismo sentido). En este caso, de uno de los grandes músicos del cono sur, y seguro de Argentina. Sobre todo para una generación que pudo mamar esa música popular, que excedía aquello tan underground aún llamado “rock”, y antes de que empezara a envilecerse tragado por las grandes compañías multinacionales de la música, el “sistema”, como el decíamos.

Ante esa movida global del capital era casi imposible para los pocos músicos que iban quedando zafar de esa unformidad perversa. La mayoría de ellos optó por el ostracismo exterior o interior, o nada. El Flaco siguió firme, no bajó su calidad, la mantuvo siempre apostando a lo nuevo con creaciones nada complacientes para las cadenas comercializadoras. Por eso, como tantos, fue “olvidado” y ninguneado, y, cada tanto, por mérito propio, vuelto al ruedo. El tipo nunca se desesperó, brillaba con luz propia y el público se lo reconocía.

Su compromiso con la lucha de los maestros, contra la expulsión de tierras de pueblos originarios y el drama del accidente de los pibes y docentes de escuela Ecos lo hicieron vibrar y asumir el compromiso social y humano también. Siempre con bajo perfil, como si hubiera podido. A veces hasta “cagándose” en el rock (business), como alguna vez dijo, porque lo otro, las causas, eran mucho más importantes, concluyó.

El amor, en todos los sentidos, por los suyos, por sus seguidores, por su creación, fue su sino, y está y estará siempre presente, como los grandes que se nos van yendo. Su música, su poesía, sus actos, su gran legado nos marcará hasta el final, y también, si seguimos sembrándolo, escuchándolo, difundiéndolo, las nuevas generaciones, como nosotros, agradecerán poder gozar de su arte.

Hasta siempre, muchacho ojos de papel por haberte dado. Gracias por tanto que diste y que nos diste. R.S.

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