lunes, 15 de febrero de 2010

LA ALDEA DE LA OPINIÓN
Verdugo, alto,
rubio, de ojos
celestes

*Dr. Alfredo Grande

Qué es el outplacement, el oficio de George Clooney en “Amor sin escalas”, su nuevo protagónico en el cine. Echar gente del trabajo también es una profesión. Parece ficción pero no lo es: hay gente que se dedica, a requerimiento de las empresas, a poner a los empleados de patitas en la calle. En la Argentina, desde la última crisis, la demanda de ese servicio creció un 50 por ciento. Hablan quienes lo ejercen.
–¿Esto es lo que recibo después de 30 años de servicio en esta compañía?
–¿Cómo se supone que voy a volver como hombre a mi casa y decirle a mi mujer que perdí mi empleo?
He escuchado decir que el nivel de estrés de perder tu trabajo es como el de perder a un miembro de tu familia. En lo personal, yo siento como si la gente con la que trabajo es mi familia y el que se acaba de morir soy yo.
Estas son algunas de las respuestas que recibe Ryan Bingham, experto en recortes financieros, contratado para despedir empleados a lo largo y ancho de los Estados Unidos como quien quita moscas del plato. Para él, no es una situación traumática: no le importa que el despedido llore, enferme o enloquezca, Bingham repite un discurso de manual y, con una muletilla, hasta trata de convencer a su interlocutor de turno de que su nuevo estatus de desempleado es una ventaja. Les dice: “Esto es una oportunidad, un renacimiento. Cualquiera que haya construido un imperio empezó en el lugar donde estás sentado ahora y se dijo que era capaz de hacerlo”.
Su trabajo se llama outplacement (en español, “recolocación”), un servicio que prestan consultoras para empresas que lo requieran en lugar de usar a sus jefes de personal. Como dice Bingham en el film: “Trabajo para una compañía que sirve para sustituir a jefes de personal maricas, que no tienen las bolas para despedir a sus empleados”. En la Argentina, los Bingham y el outplacement también se consiguen. (Diario Crítica de la Argentina 31-01-2010)
(Agencia Pelota de Trapo).- En uno de los capítulos de las “Obras maestras del terror” el inolvidable Narciso Ibáñez Menta personifica a un verdugo que, sorprendido por la mujer que amaba en su macabra tarea, decide cortarse las manos. Eran otros tiempos, y la auto administración de la ley del talión obviamente no tuvo eco alguno, y fue una de las tantas golondrinas que no hicieron verano. El verdugo, el encargado de ejecutar la voluntad soberana del soberano, era, para decirlo de alguna manera, un oficio insalubre. Por eso estaban encapuchados porque, aunque matar era un acto público y legal, su legitimidad era nula. Los ejecutores de la muerte real no disfrutaban del aprecio colectivo, porque las condiciones a las que se sometía el reo, no eran las mejores para poder diferenciar entre el matar y el asesinar. Y la pena de muerte, o sea, el asesinato en manos del Estado, mas allá del intento permanente de maquillarlo como el ejercicio de una voluntad divina y superior, solamente era levemente potable cuando tomaba la onda expansiva de un linchamiento. En “Milagros Inesperados”, Steven Spielberg logra que los verdugos sean tiernos, incluso carismáticos.
En verdad, eso solamente ya es un milagro inesperado. Pero la cultura represora tiene mil caras, muchas mejoradas con botox, y logra que ahora el verdugo sea, parodiando el estado alucinatorio de Bernie Neustadt cuando se enamoró de Menem, alto, rubio y de ojos celestes. Hollywood, que es algo así como el Mr. Músculo multifunción para lavar las letrinas inmundas del imperio, filma el horror y logra producir deleite. No sé si es inesperado, pero con seguridad es un milagro. Del “Amor sin Barreras” donde los chicos malos cantaban, bailaban, y se mataban, y el amor brotaba de Tony y Maria, al “Amor sin Escalas”, hay un triunfo total de la cultura represora. Lo siniestro ha sido conjurado una vez más, y las políticas de exclusión laboral, profesional, social, son rebautizadas, sacralizadas, y transformadas en una nueva especialidad. El “outplacement”. Cuando hace décadas Nacha Guevara era “la Nacha”, cantaba con su talento inimitable: “un buen par de patadas en el culo y la vida recupera su sentido” .En este caso, el “shot de cul” denominado con el charm anglosajón como “outplacement”, no permite recuperar ningún sentido de la vida. Mas bien, hace que el único sentido que la vida tiene para los portadores de subjetividad corporativa, se pierda definitivamente. Es cierto: nadie se pone la camiseta de la empresa. Directamente, se tatúan el cuerpo. Y la mente. El tatuaje indeleble estampa la mente del “homo corporativo” con el color y el diseño de la empresa multinacional. Fuente de toda razón, justicia y dinero. Pero no es un tatuaje convencional: lo que primero fue marca de superficie, termina siendo “carne de tu carne y sangre de tu carne”. La corporación tiene una materialidad corporal, y pasa a ocupar el espacio de órganos vitales del sujeto. Por eso es imposible para el “outplacementado” aceptar el despido, porque sabe y siente que en realidad se trata de la crónica de una muerte no anunciada. El verdugo alto, rubio y de ojos celestes no necesita usar capucha. Las leyes del Mercado, incluso del laboral, santifican a sus ejecutores. Llevan al paroxismo la sentencia mafiosa: “no es nada personal”. La tienen tan claro, porque justamente no se trata de personas. No hay sujeto del deseo, solamente hay sujeto del mandato. Y los mandatos de la cultura represora que el capitalismo financiero globalizado impone, son el envés de los mandamientos con los cuales Moisés intento disciplinar a su pueblo. Matarás, robarás, desearás todo lo que sea ajeno, invocarás el nombre de todos los dioses pero siempre en vano. Y serás amado justamente por eso, y no a pesar de eso. Triunfo total de Drácula sobre Van Helsing. Pero siempre la cultura represora necesita, disfruta, requiere, un perfume encubridor. Pienso que es como la danza de los 7 velos. Finalmente, la cultura represora se muestra siniestra en su desnudez y no hay velo que valga. El verdadero rostro aparece en la catástrofe “natural” de Haití, en la impunidad del juicio de LAPA, en la libertad de condenados y absueltos por la masacre de Cromagnon, en el terrorismo de estado, en las picanas eléctricas dignificadas por el uso racional y humanitario que hará la policía metropolitana de la CABA. Y lo encubridor es denominar “empleado” al “homo corporativo”. En realidad, en la cruda realidad del sistema, son esclavos de última generación. Prototipos mejorados de aquellos que eran reventados a latigazos, marcados con el hierro candente, o sepultados en las galeras. La cultura represora se ha sofisticado. La tortura laboral es denominada flexibilización, out sourcing, y muchas veces termina con un harakiri occidental y cristiano. Este andamiaje perverso y delirante que algunos se empeñan en denominar democracias avanzadas, no puede ser “recolocado”. No hay outplacement para los mercenarios de los imperios depredadores. Solamente hay, aunque esté escondida en lo más profundo de nuestros corazones, con una dignidad que el “homo corporativo” jamás podrá entender, la digna eternidad de la profecía revolucionaria.

*Psiquiatra - Psicoanalista
Actor - Psicólogo Social
Cooperativista

No hay comentarios: