martes, 17 de febrero de 2009

LA ALDEA DEL CUENTO
Shhhh...
(Una de aparecidos)
por María Elsa Rodríguez


“Uno a uno fui olvidando los pasos que llevaban hacia mi puerta, hasta que lo que quedaba tras ella sólo fue un recuerdo borroso. Hasta la misma puerta se me antojó irreal. Pero cuanto más pasaba el tiempo y más oscuros se hacían los detalles, más obsesivo era el deseo de atravesar ese sinuoso camino que me llevaría al otro lado.”
Hay noches en que Claudio se aturde en “la disco”, para poder dormir después... sin sueños que vuelven una y otra vez. Esos deditos sucios, que se sostienen dificultosamente de los ladrillos rojos, manchados de hollín... un grito de una criatura que cae. A veces también escucha tiros. No recuerda muy bien de qué película es... “dejé de luchar contra mi deseo, fui olvidándolo a él, también paso a paso”.
A sus amigos ya ni les cuenta. Ellos se ríen o lo tratan de plomo. Por momentos los siente tan lejanos y superficiales que los mandaría a la mierda... pero esta noche, tiene levante, parece. Tendría que preocuparse un poco por “estar más presente acá”, dejar el asunto del sueño para después. Ahora está en este boliche, esa piba que lo mira con tanta insistencia... “está buena”, piensa. Le devuelve la sonrisa y la va a encarar. Mientras bailan, ella, súbitamente cambia de expresión y se pone fastidiosa. Se despega y se va a la barra con su amiga... “¡Qué gata Flora!”.
Y Mariana realmente estaba disfrutando... “Te juro”... le dice a su compañera que la reta otra vez: “Escuchame, no empecés otra vez, estás borracha”. A Mariana le indigna que la traten como a una demente. Tiene que saber la verdad, sacarse la duda, antes que pierda de vista a “Leonardo”: “¿No te acordás de mí?”... Le lanza la pregunta como una puñalada, que él ataja, volviéndose y sonriéndole a sus amigos: “...Tuve tantas”. Ella le retruca seria:
_“Vos sos Leonardo”...
_ No, yo soy Claudio..._poniéndose poco amable.
_Y tenés 30 años, no 28 como me dijiste...
_¡Estás re-loca!. Me confundís con alguien... ¿Para qué me voy a sacar años?_ está realmente molesto, se pone nervioso. Ella insiste:
–Cuando veo la propaganda de ese joven que se mira al espejo y ve a otro, pienso en vos...
_Si vos querés que te respete, con todo respeto... ¡Andate a la mierda!...
–Vos sos Leonardo Vázquez... la abuela y yo te estamos buscando hace muchos años...
El gira y empieza a caminar como si todo diera vueltas a su alrededor, borracho, pero de dolor. Las lágrimas, que le brotan, se sienten tan pesadas, que parece que pudieran estrellarlo contra el piso. Apura el paso para salir de ese lugar que lo está asfixiando. Ella lo sigue: “Yo me quedé en la chimenea como vos me dijiste”... Leonardo se pone la campera, camina lentamente, subiéndose el cuello, acomodándoselo, como para sostenerse de algo, para no caer irremediablemente, en medio de ese mareo en el que la nena en el techo de la casa, esa noche, llora asustada... “y, entonces, un día (creo que fue de día) vi un destello de luz. Parecía venir del final del corredor. Eso me llenó de ánimo, a tal punto que comencé a ver parte de las paredes, las más cercanas a mi. Pero aparte de estos descubrimientos, nada más pasó”.
Ahora está quieto. Paralizado de angustia. Mariana lo mira. El solo pregunta: “¿Yo qué te dije?”. Sabe lo que le va a responder: “Shhh!”, con el dedo cruzando los labios, y la misma cara de esa nena que él ayuda a meterse por el hueco de la chimenea de ladrillos rojos llenos de hollín... “ni siquiera se me ocurrió pensar en alcanzar la puerta. Tuve suficiente con descubrir y descifrar los ladrillos que habían estado todo ese tiempo tan cerca. No eran como yo los había visto, con sus bordes uniformes, rectos. Cada uno era diferente a su vecino, con colores y manchas”.
Esa sensación de resbalar y caer, vuelve como en el sueño... pero ella lo sostiene con este abrazo estrecho, fraternal, y las lágrimas de desahogo, ya no suenan: “clic, clic”, como en su mente... caen sobre ella, que las suaviza.
Mientras caminan por Puerto Madero, que se aclara, como esta historia, Mariana le cuenta a su hermano que siempre supo que la caída del techo no lo había acabado. Le muestra una imagen en la que Leonardo se puede ver en blanco y negro... porque es la foto de su padre. Y tiene la certeza de que ese hombre que le ha estado hablando “desde que despertó del accidente”, no era su viejo... y que entonces, no está “tan loco”.Amanece. Hasta anoche, los ladrillos simétricos, oscuros e interminables, que no llevaban a ninguna parte, tapiaban esta claridad. Hoy va a descansar. El puente gira lentamente para que un velero salga al río, al mar, adonde quiera.

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