viernes, 27 de junio de 2008

LA ALDEA PSI

El “caso” Charly García y la ideología asilar

*Lic. Claudia Huergo


Entre ayer y hoy (el 9 de junio pasado) tuvimos oportunidad de presenciar uno de los nuevos espectáculos que el circo mediático nos ofrece: la construcción selectiva de la peligrosidad. Esta vez a partir del episodio sufrido por Charly García. Cuando digo “episodio sufrido” digo que lo sufrido no es sólo la situación personal crisis, descompensación, el nombre que pueda tener su padecimiento, sino el tratamiento social mediático, que su situación personal tuvo. A través de la relevancia pública que cobró podemos considerarlo un analizador que nos muestra la activa función del discurso mediático en la construcción de uno de los pilares que sostienen las lógicas manicomiales: el imaginario social[1].

El frenesí comunicacional transitó por distintos tipos de adjetivaciones y versiones tremendistas del hecho: “esto es intolerable, pasa todo el tiempo”... “una persona así es un peligro para sí mismo y para el resto”... “tendría que estar atado, en estricta vigilancia”… “es una persona enferma, no puede circular libremente”…“por qué tenemos los ciudadanos que tolerar esto”…

El modo de construir la “peligrosidad social” sin duda nos dice mucho de la sociedad en la que vivimos. Unos días previos a este suceso, muchos nos preguntamos, junto con Mariano Saravia:[2] “Hay una foto que no va a recorrer las redacciones y que no van a poder ver miles de argentinos: la de Menéndez y sus secuaces esposados”. Es que en cualquier juicio común, cuando el acusado de cualquier delito común se levanta del banquillo es inmediatamente esposado por la policía, a veces con un circo que recuerda las películas. Y entonces cabe preguntarse, ¿por qué a una persona, acusada de delitos mucho peores, como los de lesa humanidad, no lo esposan? Se supone que es mucho más peligroso alguien que ya torturó y asesinó, que alguien que robó una cartera o un auto.”

Una y otra vez los medios de comunicación nos inundaron con imágenes de Charly esposado, atado, imágenes actuales y pasadas, intercaladas con algunas imágenes de sus shows, donde se lo ve rompiendo guitarras o pateando instrumentos, o haciendo declaraciones a periodistas, un pastiche donde lo actual se explicaría por lo pasado, en fin, una estrategia que lo perfila a partir de aspectos donde predominaría la impulsividad y peligrosidad. Frente a esta construcción mediática, seguramente muchos se sintieron “mas seguros” de saber que “la fuerza pública” había actuado protegiéndonos a todos de “tamaño peligro”. Otras versiones periodísticas, más conciliadores, hacían referencia a la genialidad de Charly y al hecho de que nos habría brindado “tantas satisfacciones artísticas” que bien podríamos “perdonar” estos exabruptos del ídolo. Versiones más apacibles, y tolerantes aparentemente, pero igual de maniqueas.

La “peligrosidad” de Charly no es nada en comparación con la peligrosidad del circo romano donde se nos invita a participar. Bajo la supuesta libertad de prensa y derecho a la libre expresión, los medios nos alientan a ser parte de un espectáculo barato donde parece que nos dijeran: “venga, pase, llévese su libra de carne. Decida si arrojamos al gladiador a los leones o no”. Una dudosa noción de ciudadanía se perfila allí. El derecho a estar seguros, protegidos de los monstruos[3], por el módico precio de alguna votación por sms o telefónica. Que redime o condena a un semejante. Desde la tribuna, sin moverse de su casa, puede empezar a votar[4]. Mientras toda esta catarata pasa, y arrasa con votaciones vía sms, paneles de periodistas y especialistas salvando o condenando a Charly, otra creciente, más silenciosa y pertinaz deja su granito de arena a la construcción de un imaginario social donde se perfila lo estigmatizable, lo condenable, y lo segregable.

[1] La ideología asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo mental, no es sólo la psiquiatría alienista, forma parte de la conciencia y el comportamiento social, y requiere para su abolición definitiva actuar sobre los conjuntos humanos y las configuraciones de poder. Esto es clave ya que cualquier política de Salud Mental que se proponga alternativas a la institución manicomial, debe actuar simultáneamente sobre el aparato estatal, la conciencia social espontánea y su producción imaginaria, y el dispositivo psiquiátrico- profesional…”. (E. Galende).
[2]http://www.eldiariodeljuicio.com.ar/cronica. shtml?x=87958
[3] Cfr: Michel Foucault. “Los anormales”.
[4] Cfr: César Hazaki: “Gran Hermano: el juego mediático de la exclusión”. http://www.topia. com.ar/articulos /0711-hazaki2. Html

(*Psicoanalista- Integrante del Movimiento Social de Desmanicomializació n y Transformación Institucional- Integrante de la Mesa de Trabajo Permanente de Salud Mental y DDHH. Docente UNC. Fac. de Psicología. Córdoba.)

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