sábado, 8 de marzo de 2008


Historia Nuestra

La Década Infame (1930-1943)

El primer golpe de Estado de 1930 y el Fraude patriótico


El 6 de septiembre de 1930, el primer golpe de Estado abrió una etapa de inestabilidad en el joven proceso democrático argentino y marcó el rumbo del proceso histórico durante gran parte del siglo XX.

El radicalismo, como otros movimientos populares latinoamericanos, estuvo íntimamente ligado a la figura de un caudillo carismático, Hipólito Yrigoyen, y a la prosperidad económica que vivió la Argentina durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Esta bonanza permitió una lenta redistribución del ingreso y sostener un importante clientelismo político.

La crisis de 1929 (el crack de la Bolsa de Nueva York, recesión internacional y deterioro en los términos del intercambio, es decir, baja de precios en los productos exportables primarios) afectó a todo el sistema capitalista mundial, desorganizó las relaciones comerciales vigentes y afectó el comercio de la Argentina que, como país periférico exportaba materias primas e importaba manufacturas de los países centrales.

La crisis devastó la economía argentina, aumentó el déficit de la balanza de pagos, subieron notoriamente los precios, cayeron los niveles salariales, creció el desempleo y, por lo tanto, los reclamos económicos y sociales. Al revés, del período con Alvear, con cierta bonanza económica, a Yrigoyen le tocó gobernar con esta crisis, más su notoria vejez.

Este clima de “crisis económico-social” incentivó el aumento de los antagonismos subyacentes en la sociedad y provocó el resquebrajamiento político. Yrigoyen trató de neutralizar a los sectores contrarios mediante un acercamiento comercial con Gran Bretaña y abandonó la política de conciliación laboral que aplicó selectivamente.

Todos los factores adversos al gobierno coincidieron y desencadenaron un levantamiento militar el 6 de septiembre de 1930, encabezado por los generales Agustín P. Justo y José Félix Uriburu, que puso fin a la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, representando ahora los intereses de los sectores conservadores y terratenientes, conocidos como la “oligarquía”, que también de esta manera retomaban el control del Estado y la administración pública.

El golpe fue iniciado por Uriburu pero, debido a sus intentos de reformas a la constitución liberal conservadora de 1853, en 1932 asumió la presidencia el general Justo.

Esta revolución, tras vacilar ante la tentación de un corporativismo inspirado en el ideario fascista que anidaba sobre todo en el general Uriburu y sus seguidores, prefirió una solución menos extrema pero igualmente eficaz: la restauración del régimen constitucional con falseamiento de los resultados electorales.

Este procedimiento fue conocido como “Fraude patriótico” y llevó a la presidencia al general Justo, que dirigió con cierto talento la difícil restauración.

Se rehabilitó la economía agropecuaria, con una protección celosa de los intereses del comercio exportador y de las clases terratenientes vinculadas a éste, y, como consecuencia indirecta, se expandió la industria favorecida por la limitación de importaciones.

El 8 de noviembre de 1931 –en un simulacro de elecciones, con un fraude escandaloso, la oposición encarcelada, acallada y perseguida, y con la Ley Sáenz Peña de 1912 convertida en letra muerta–, el general Agustín P. Justo, fue “electo” presidente de la República imponiéndose sobre el binomio Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto.

Los generales se vanagloriaban del resultado electoral y no tenían ningún problema en admitir que habían hecho fraude, pero un “fraude patriótico”, porque se hacía para salvar a la patria de la “chusma” radical. Justo, a partir de sus asunción, será fiel al sistema que lo había llevado al poder aplicando "el fraude patriótico" y perfeccionándolo: a las clásicas amenazas a los votantes opositores y al "usted ya votó" se sumaban ahora el secuestro de las libretas de enrolamiento, la falsificación de las actas de votación, el cambio de urnas.

Prof. Isabel Rodríguez

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