domingo, 20 de junio de 2010

LA ALDEA DE LA RECETA-CUENTO


Sorpresa


(Muslos de pollo,

con vino y romero)


Cuando ella llegaba con brillos en los ojos, era buena señal. La cocina estaba de fiesta.

Se calzó el delantal, recogió sus cabellos en la nuca, encendió la radio, recorrió el dial y ancló en Amadeus; sostenía que para cocinar bien debían existir buenas ondas y mucha energía. La música era buena terapeuta.

De la heladera extrajo unos muslos de pollo sin piel –los había dejado macerando en vino blanco–, unas lindas ramitas de romero, dientes de ajo, pimienta negra y un toque de salsa de soja.

En la feria vecinal se proveyó de papas bien chiquitas y, sin pelarlas, las lavó como para asistir a un bautismo; las secó bien y las dejó en espera de un nuevo llamado.

Encendió el horno, luego acomodó en la hornalla la vieja sartén, apenas lubricada con aceite; tenía y usó el de oliva, pero no lo dejó solo, una cucharada de manteca se sumó para lograr el dorado que se esperaba de los muslos.

Logrado el objetivo, desechó los grasos para incorporar el líquido de la maceración.

La espátula fue la encargada de recuperar sabores.

Los muslos alineados en una fuente de horno fueron coronados con el romero, salpicados con el ajo, perfumados con la pimienta y bañados con el fondo de la maceración. Así fueron al horno precalentado.

A los papines los pasó por el microondas, y nuevamente a lista de espera, esta vez en la sartén aceitada, para poder sarandearlas sobre el fuego, sólo unos minutos antes de ir al plato. Los aromas embriagadores que flotaban en el ambiente invitaban al conjuro. Armó unos cucuruchos de papel madera –queda bien llenarlos con las papas– y una vinagreta liviana, para bañar unas hojas de achicoria. Se debía hermosear el plato.

Dio los últimos retoques a la mesa. Cuando Él pusiera la llave en la puerta sería el momento de encender las velas. Diez años de estar juntos no era poca cosa.

Estaba inquieta. Rebosaba de alegría al imaginar la cara asombro que él pondría con la sorpresa.

No se equivocó, el rostro querido reflejaba la bonanza del momento. Lo vio cerrar los ojos, aspirar profundamente, como queriendo capturar los aromas. Con un gesto ampuloso, abarcativo, abrió los brazos, y, con voz emocionada, exclamó: –Negrita, sos increíble, nunca creí que festejaríamos así el ascenso de Chicago. ¡ Te amo !


Receta: ¿La receta? Creo que no es necesaria.

*Maestra cocinera

y cuentista

26/05/2006

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