viernes, 23 de abril de 2010

La soledad,
¿es un amigo
que no está


Estar solo y sentirse solo, estar acompañado y sentirse solo, estar solo y sentir placer por ello, estar solo pero resignadamente, estar solo como etapa transitoria en determinado momento de la vida. Todas situaciones posibles.


El presente de la vida actual, tan veloz, hace que muchos queden en el camino mirando a los demás hacer y protagonizar, acompañados. Por lo tanto, padecer en las comparaciones, con los otros o con uno mismo en otro momento es una posibilidad real: “ahora estoy solo/a, pero no quiero estar así, me siento mal”.


Nadie, salvo esos momentos en que se quiere “descansar” de tanto acompañamiento, quiere estar solo. El hombre/la mujer es un ser social por excelencia. No seríamos nada sin un otro. El tema es cómo estar acompañado, por qué, para qué.


Vínculo directo con el tema es estar acompañado por un otro en la vida, en familia, o para formar ésta, o de a dos sin hijos, por un proyecto, con amor o casi sin él, cama adentro, cama afuera, en la tierna juventud, la adolescencia (que hoy se prolonga bastante), en la madurez, la adultez y la vejez.


Sea como sea la situación de soledad, tiene sus prejuicios de mala prensa. Aunque resulta extraño ya hoy esa idea de la “solterona” que quedó a los 25-30 años para “vestir santos”, sigue siendo operante como presión social sobre todo para algunas mujeres, aun con la independencia y la libertad económicas que muchas hoy tienen como conquista de género.


¿Y los separados/as, divorciados/as, que por años y años estuvieron acompañados y ahora no saben qué hacer con su tiempo libre, sábado a la noche, domingos? Otra situación a atender, también para quienes quizá enviudaron.


La soledad funciona social e individualmente como una marca estigmática en ciertos contextos. “Llegaba a las reuniones familiares y era la única sola... hasta que un día me desquité porque llegué con Juan, y todos me miraban con cierta envidia”, dice Patricia, separada, de unos 40 años. ¿Realmente era la envidia de los otros? Aquí podría verse cómo la presión social, internalizada, por no estar solo/a, por no quedar como modelo “impar” ante esos otros, uno mismo, hace su presión conciente, ahora transferida en supuesta “envidia” de aquéllos.


Al revés dice María: “no quiero estar con nadie ahora, estoy muy bien así, sola, con mi hija; los hombres me hacen perder tiempo, sólo quieren pasar el rato y chau, además, si no me enamoro, prefiero estar sola, así estoy bien...” Aquí no queda claro si hay resignación o, realmente, estar solo/a está siendo disfrutado.


Nadie tiene fórmulas, pero igual estar solo como momento de placer debe incluirse en el juego de posibilidades, sabiendo que cada caso es único e intransferible, y que, por cierto, para muchos/as es síntoma de malestar social. Salvo para la excepción antedicha de la elección propia de estar sin compañía cerca, también extendida, y sobre todo entre tantos hombres y mujeres autosuficientes...


Asimismo, que un hombre esté solo, nunca fue considerado algo negativo. Aquí, el tema de género cuenta:¿cuánto hace que no se ve mal que una mujer esté sola sentada en un bar tomando algo? Hace apenas 40-50 años atrás, en estas pampas, eso era sinónimo de mujer de vida dudosa, por lo menos.


“Las reuniones de solas y solas son un horror: mujeres desesperadas buscando algún amor o ‘servicio’ rápido y hombres descartados por el ‘mercado’ buscando quién los banque con casa propia”, dice Andrea, separada, de unos 35 años.


Esta mirada, un tanto lapidaria, habla de una situación en un mundo y un tiempo sin soluciones fáciles. Habrá que seguir intentando. Quizá de otra manera. Es que la soledad, por momentos, como se dice, corroe el alma.



Roberto Sánchez
Psicólogo Social

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