martes, 19 de abril de 2011

Libertad de prensa o
libertad de empresa


La pregunta del título de esta nota, ociosa y retórica por demás, claramente tiene que ver con lo que está sucediendo hoy en la Argentina: una puja donde el gobierno de Cristina Fernández y los monopolios mediáticos, sobre todo el Grupo Clarín, juegan por un espacio que excede el tema estricto.

Desde que Mariano Moreno con su Gazeta de Buenos Aires intenta en 1810 expandir las ideas de la naciente Revolución de Mayo hasta el derrotero de destacados y hasta mártires del periodismo argentino como Rodolfo Walsh por hacer saber la verdad, ha pasado y sigue pasando mucha agua bajo el puente.

Tras una década del 90 donde muchos periodistas se convirtieron por imperio de las circunstancias neoconservadoras y tras su final como asalariados en microemprenderores (entrepreneurs), pequeñas, medianas y hasta grandes empresas, por sí, ese sesgo cambió lo que significaba, históricamente, ser alguien que estuviera en los medios en favor de decir la verdad, aún relativa.

La lógica de la ganancia y la competencia, al calor del derrumbe masivo del trabajo asalariado impuso no sólo este formato condicionado, en principio de sobrevivencia, un modelo tutelado, más que antes, desde una supuesta “independencia” (ilusoria) respecto de los modos que los avisadores con alto poder de presión y decisión “sugieren” líneas editoriales y periodísticas en su favor.

Y este formato, ¿qué tenía eso que ver con aquellos hombres de prensa, que eran y se sentían trabajadores, en los 60-70 y llegaron a tener un sindicato combativo por sus reivindicaciones ante empresas que no eran ni por asomo el pálido reflejo hegemónico de los actuales monstruos comunicativos?

Hoy, tres o cuatro pulpos dominan el 70 u 80% del mercado de lo que se dice, publica, emite en la Argentina, uno de ellos el Grupo Clarín con casi 270 empresas.

Las rémoras de una época fenecida por la democracia manotean con torpeza como patrullas perdidas peleando contra la nueva legalidad. El gobierno kirchnerista y una parte de la oposición desde 2003 y sobre todo desde hace un año y medio con el instrumento de Ley de Medios Audiovisuales aprobada por ambas cámaras del Congreso Nacional, se viene atreviendo a desafiar tal modelo de única voz. La crítica del monopolio es que, supuestamente, el Estado absorbería monopólicamente, como en juego de espejos, la palabra.

¿La diferencia? El accionar oficial se basa en una Ley aprobada en democracia y que el monopolio no cumplen (cambio en la grilla de programación del cable, emisión de los canales del Estado, etc) y todo se lo yendo al terreno judicial, mientras la prensa no monopólica son dos pequeños diarios, algún que otro programa de tevé estatal con cierta repercusión, mientras que los de siempre no pierden sus emprendimientos, a pesar de sus dichos catastrofistas.


El juego verbal, como parte del juego democrático, va tocando algo de la conciencia ciudadana para mostrar cómo se manejan los pulpos mediáticos que sólo le dan voz a los que están con sus intereses así como tampoco cumplen con las leyes laborales.


Abrir el espectro de voces para que el pueblo escuche diversas campanas y genere la suya propia, diferente a lo establecido, les molesta. Democracia informativa es aceptar todas las voces. Esto es, que los grandes medios compitan en ese universo que postulan pero que, llegada la hora, prefieren ser los únicos en tener el micrófono. R.S.

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