Los Partidos, su vigencia
y el Bicentenario
*Por Roberto Sánchez
Más allá de la eterna campaña que sigue dando vueltas desde siempre contra la idea de la política y la acción de los partidos políticos como modo de representación de la ciudadanía, aparece la pregunta sobre su vigencia y representatividad a partir del estallido del 2001-2002.
Ante aquella consigna un tanto hueca como proyecto pero expresiva de un hartazgo social de esos años (“que se vayan todos”) de fin de la época neoliberal, al menos en lo económico, se dio la situación inversa: nadie o casi nadie se fue. Muchas de las asambleas que en ese momento intentaban tomar el cielo por asalto, y/o resolver lo que el Estado debía y debe hacer, fueron apagándose. Esa energía en apenas un año, muchas veces, por la acción interesada de los temerosos de lo nuevo o por las mimas dificultades organizativas y de claridad de objetivos, se dilapidó o fue dilapidada.
Pasaron ya 8 años. Dos gobiernos progresistas, guste o no, vienen desmontando en lo económico, y otro tanto en lo político, bastante menos en lo cultural esa mirada individualista y neoliberal de resolver las cosas. Igualmente, el sistema de representación de partidos no tiene ni lejanamente el vigor que supo tener antes de aquel estallido. Al menos, en aquel formato.
El individualismo antedicho, reforzado por el mensaje de los medios monopolizados, la caída de “vacas sagradas” que nos iban a representar para siempre, las mismas crisis de toda clase, cierta eficiencia del modelo actual con lazos diversos de consenso representatividad, aún con escollos y confrontaciones, son algunos de los límites para el pase hacia adelante de segundas líneas en las estructuras político-partidarias.
A pesar de ello, el recambio generacional (antes se le decía “trasvasamiento”), sigue en dosis homeopáticas aunque algo con energía aparece. Los “históricos” casi eternos de todos los partidos siguen en un lugar que no han resignado, salvo por el inevitable paso biológico.
Las preguntas siguen: ¿hasta dónde lo histórico ha mutado? ¿cómo repensar, participar, incidir a través del formato de los partidos tradicionales en medio de una sociedad más móvil que hace unos años, aunque evidentemente conservadora aún en sus consideraciones participativas? ¿Qué queda de aquella mística, sesentista o setentista y hasta ochentista, de participar sin esperar nada a cambio, hoy, en un contexto donde aunque las cosas hayan mejorado, pocos o muy pocos pueden dedicarse a esta actividad profesionalmente sin esperar al menos una contraprestación para cubrir sus gastos de vida?
Para responder al calor del presente destaquemos lo ocurrido hace unos días atrás. No es dato menor para los políticos y los partidos que entre seis y ocho millones de conciudadanos irrumpieron entre el 22 y el 25 de mayo pasado en los festejos del Bicentenario en el centro de Buenos Aires.
Unos dijeron que esa presencia convalidó lo que se profundiza, otros dijeron que fue una advertencia a los que gobiernan, otros que fue sólo una muestra de carnaval. Todos se equivocan o todos dicen una mínima parte de lo sucedido: o tienen una mirada sesgada o tienen una mirada triunfalista, pero aún no clara de la profundidad de los hechos, seguramente por la proximidad del tiempo.
La participación multitudinaria de millones aún no resulta fácilmente explicable. Parece como que algo ha dicho la sociedad: algo cambió, algo se quiso o se quiere cambiar, algo se expresó, además de ese sentimiento de argentinidad y patriotismo.
Tanta emotividad ante la actuación de tanta presencia popular como de los artistas nacionales y latinoamericanos, ciertos silencios de millones de almas de diferentes edades, sectores sociales, estilos y estéticas, donde no hubo agresiones ni banderas de partidos, y donde ni la presencia oficial fue centro, algo significó. Algo nos igualó, algo quisimos decir quizá sin saberlo. Era algo más que el festejo y conmemoración por los Doscientos años de la Revolución de Mayo, algo pasó al cantar el Himno Nacional esta vez.
“Estamos aquí, queremos vivir en paz, queremos progreso, queremos igualdad, libertad, queremos representantes en serio, valoramos nuestra historia y sus hombres, no olvidamos el pasado, tanto el glorioso como el oprobioso. Y acá estamos. Presentes, con justicia y con memoria”, parece que esa multitud haya dicho.
Estamos en pleno Mundial. Finalizado éste, vaya como nos vaya, las preguntas sobre nuestros representantes, su representatividad, el enigma de esos millones presentes hace unos días alrededor del Obelisco, y tantas cosas más, de nuestro pasdo, este presente y el futuro deberán seguir contestándose.
Ante aquella consigna un tanto hueca como proyecto pero expresiva de un hartazgo social de esos años (“que se vayan todos”) de fin de la época neoliberal, al menos en lo económico, se dio la situación inversa: nadie o casi nadie se fue. Muchas de las asambleas que en ese momento intentaban tomar el cielo por asalto, y/o resolver lo que el Estado debía y debe hacer, fueron apagándose. Esa energía en apenas un año, muchas veces, por la acción interesada de los temerosos de lo nuevo o por las mimas dificultades organizativas y de claridad de objetivos, se dilapidó o fue dilapidada.
Pasaron ya 8 años. Dos gobiernos progresistas, guste o no, vienen desmontando en lo económico, y otro tanto en lo político, bastante menos en lo cultural esa mirada individualista y neoliberal de resolver las cosas. Igualmente, el sistema de representación de partidos no tiene ni lejanamente el vigor que supo tener antes de aquel estallido. Al menos, en aquel formato.
El individualismo antedicho, reforzado por el mensaje de los medios monopolizados, la caída de “vacas sagradas” que nos iban a representar para siempre, las mismas crisis de toda clase, cierta eficiencia del modelo actual con lazos diversos de consenso representatividad, aún con escollos y confrontaciones, son algunos de los límites para el pase hacia adelante de segundas líneas en las estructuras político-partidarias.
A pesar de ello, el recambio generacional (antes se le decía “trasvasamiento”), sigue en dosis homeopáticas aunque algo con energía aparece. Los “históricos” casi eternos de todos los partidos siguen en un lugar que no han resignado, salvo por el inevitable paso biológico.
Las preguntas siguen: ¿hasta dónde lo histórico ha mutado? ¿cómo repensar, participar, incidir a través del formato de los partidos tradicionales en medio de una sociedad más móvil que hace unos años, aunque evidentemente conservadora aún en sus consideraciones participativas? ¿Qué queda de aquella mística, sesentista o setentista y hasta ochentista, de participar sin esperar nada a cambio, hoy, en un contexto donde aunque las cosas hayan mejorado, pocos o muy pocos pueden dedicarse a esta actividad profesionalmente sin esperar al menos una contraprestación para cubrir sus gastos de vida?
Para responder al calor del presente destaquemos lo ocurrido hace unos días atrás. No es dato menor para los políticos y los partidos que entre seis y ocho millones de conciudadanos irrumpieron entre el 22 y el 25 de mayo pasado en los festejos del Bicentenario en el centro de Buenos Aires.
Unos dijeron que esa presencia convalidó lo que se profundiza, otros dijeron que fue una advertencia a los que gobiernan, otros que fue sólo una muestra de carnaval. Todos se equivocan o todos dicen una mínima parte de lo sucedido: o tienen una mirada sesgada o tienen una mirada triunfalista, pero aún no clara de la profundidad de los hechos, seguramente por la proximidad del tiempo.
La participación multitudinaria de millones aún no resulta fácilmente explicable. Parece como que algo ha dicho la sociedad: algo cambió, algo se quiso o se quiere cambiar, algo se expresó, además de ese sentimiento de argentinidad y patriotismo.
Tanta emotividad ante la actuación de tanta presencia popular como de los artistas nacionales y latinoamericanos, ciertos silencios de millones de almas de diferentes edades, sectores sociales, estilos y estéticas, donde no hubo agresiones ni banderas de partidos, y donde ni la presencia oficial fue centro, algo significó. Algo nos igualó, algo quisimos decir quizá sin saberlo. Era algo más que el festejo y conmemoración por los Doscientos años de la Revolución de Mayo, algo pasó al cantar el Himno Nacional esta vez.
“Estamos aquí, queremos vivir en paz, queremos progreso, queremos igualdad, libertad, queremos representantes en serio, valoramos nuestra historia y sus hombres, no olvidamos el pasado, tanto el glorioso como el oprobioso. Y acá estamos. Presentes, con justicia y con memoria”, parece que esa multitud haya dicho.
Estamos en pleno Mundial. Finalizado éste, vaya como nos vaya, las preguntas sobre nuestros representantes, su representatividad, el enigma de esos millones presentes hace unos días alrededor del Obelisco, y tantas cosas más, de nuestro pasdo, este presente y el futuro deberán seguir contestándose.
*Psicólogo Social
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