martes, 15 de septiembre de 2009

LA ALDEA NOTA DE TAPA
Los desencuentros


La época que estamos viviendo es tan difícil como cualquier otra. Nunca hubo absoluta paz en los vínculos de a dos, en las relaciones, en la estabilidad relativa de éstas. Sólo que ahora se sabe más, hay menos miedo a hablar y decir abiertamente acerca de los obstáculos para con éstos, aunque haya otros miedos enclavados a la fuerza por las manipulaciones mediáticas.
Esta nota no refiere directamente a historias personales ni a situaciones de disfunción patológica, ni de formatos matrimoniales tradicionales, de hecho, rara avis.
Hablamos, entonces, de un probable síntoma social que angustia: una situación que dificulta conectarse y luego sostener relaciones duraderamente.
Por lo tanto, algunas preguntas previas. ¿Por qué dura tan poco hoy el amor de a dos (si es que lo hay, amor)? Ya no el enamoramiento, tan necesario, imprescindible e inevitable como inicio de toda relación. ¿Por qué hoy es todo “toco y me voy” o sobreabunda el adiós intempestivo o la huida, ante la primer brisa de problema? ¿Son ellos, los varones, muchos “en baja”? ¿O son ellas, las mujeres, que siguen buscando príncipes azules donde ya no los hay? ¿Son los mandatos crueles de cumplirlos en tiempo y forma que aniquilan el deseo, y éste, ahora, trocado en aquéllos, se vueve disfraz sobreactuado diseminador de infelicidad? ¿O es una falta de flexibilidad para ceder, no someterse, para compartir, los prejuicios, y los cambios tan vertiginosos que a mentes conservadoras las deja fuera del camino?
Más preguntas. ¿De qué se trata o se trataba esto de compartir, si no todo, algo de la vida?¿De dónde deviene esta necesidad de compartir de a dos, luego quizá en familia, hoy reconfigurado en formatos diversos? ¿Es algo natural con lo que ya nacemos, o es algo relacionado con la energía, con el romanticismo, con la cultura, la historia, la fe, de un deber ser de tiempos inmemoriales, de algo que tiene que ver con alguna institución, con el control, con algo de la necesidad de darle “cobertura” a la reproducción de la especie? ¿O todo eso junto y mucho más?
Hay quienes dicen por allí que este desencuentro actual entre hombres y mujeres, parejas o desparejas, heterosexuales, y quizá también homosexuales, deviene de que una mala película que nos han vendido y muchos siguen alquilando. Película que muestra algo que ya no es, sería, que nos la creemos como verdad revelada y que, en este contexto “líquido” no es. Y que son los varones, amenguados en sus poder, los que son “jugados” en un juego cada vez más asimétrico.
Ellas, con buen trabajo, independencia y carreras laborales y/o profesionales, por hablar de un sector, son las que deciden con consecuente pago de costos. Entre otros, el acorralamiento del “macho cabrío”, ahora con reducida inserción laboral y mengua en su rol de proveedor exclusivo, que redunda en el “hoy contigo, mañana con otra”, quizá más joven, quizá con menos problemas, quizá con carnes más firmes y, de nuevo, para ellas una soledad no elegida ni deseada, siempre temida y evitada a veces a costa de estar con quien en realidad no se desea estar.
Muchas mujeres dicen: “es que no hay, y si hay es lo que queda, porque lo mejor ya está ocupado”. ¿Será así, tan dicotómico y tan tajante? Y entonces, ¿cuáles han sido los beneficios para la mujer tras su supuesta liberación?
Porque, por ejemplo, si hay separación o divorcio, o ella se queda generalmente con los hijos y él se va y pierde su lugar familiar, o, si ella se va, lo pierde ella. Y si quieren volver a intentar en otra historia, ¿a cuál le cuesta más, o menos, y por qué?
La licenciada Graciela Jiménez asevera: “ellas salen más que ellos a buscar el amor. Ellos ante la primera complicación tienden a huir. Ellas son más perseverantes”.
Veamos someramente otra punta de análisis que tiene que ver, y bastante, con los actuales vínculos humanos: el sistema global de consumo.
Hoy es “todo ya”, rapidito, el objeto adquirido dura poco, se agota enseguida y no es para siempre, ni siquiera para unos años. Dura meses, o días. Ni la utilidad ni el objeto mismo es lo más importante: como postula Zygmunt Bauman en “Modernidad líquida” el acto de comprar en los “templos del consumo” y mostrar o mostrarse con el objeto es la clave.
Entonces, pregunta obligada: con estos principios de consumo aislado, patronizado, estandarizado de mercancías, en el mejor de los casos, ¿no hay un espejo de este modelo reflejado en tantos tipos vinculares?
Si hasta la misma “actividad” amorosa entró como mercancía explotada en un “mercado” más “eficiente”. Por ejemplo, se venden cursos de seducción para varones tímidos y hasta hay lugares para “solos y solas” con métodos como el de llegar a “conocer” ¡¡¡hasta 12 personas a razón de 8 minutos cada una!!! ¿Un intento de macdonalización de los vínculos con franquicia incluida? La psicóloga Luciana Azzali, se preguntaba, ante nuestro requerimiento, un tanto irónicamente: “¿Por qué no serán 10 ó 15 minutos, o media hora, o 3 horas (para ‘conocerse’)?”
La respuesta, indudablemente, no es metodológica, aunque se encubra tras este fetiche: cuanto más rápido se “consume” (compra), más rápido se realiza “caja” para el que organiza tales esperpentos que no son gratis. Lo peor: hay muchos que “creen” en que éstas son eficaces “salidas”. ¿Hacia dónde? Sí, hacia más no deseo, más frustración, más soledad, aunque sí hacia alguna calentura subsanada tan inmediata como fugazmente.
Sumémosle el contexto económico-laboral. Buena parte de la sociedad hoy está fuera del sistema asalariado formal, sobre todo hombres en la franja etárea de 30-40 años para arriba, con todo lo que esto trae aparejado esta pérdida de aquel modo productivo que incluía sueldo, estabilidad, tranquilidad, conservadurismo, cierta solidaridad de clase y una identificación con rutinas sostenedoras. Algo que evidentemente se achicó abruptamente desde los ’90 y 2000 para ir desapareciendo lenta pero decididamente con la imposición de conceptos “posmodernos” del self made man: “reconversióm”, “reingeniería”, “microemprendimiento”, “autoexplotación”. Todo, para poder insertarse, o reinsertarse, en alguna porción del “mercado”. A veces, para sobrevivir.
Y esto, ¿no afecta a la consolidación de las relaciones cuando todo está por verse, así como también en la reconfiguración de roles, valores y objetivos cuando se piensa y se siente en estar de a par?
Además, ante esta irrupción hipervertiginosa de “lo inestable”, o el fin de las certezas, se ven casos extremos de sobreadaptación en el intento de “restaurar” anteriores niveles de vida a costa del no tiempo para disfrutarlo. Si esto no es una paradoja sistémica, ¿qué es?
Es decir, vidas con más objetos pero menos tiempo libre para disfrutarlos, vidas empobrecidas espiritual y sensiblemente, pero eso sí, con el plasma en alguna pared de la casa, y con horas y horas de auto-trabajo, ya sin patrones, gerentes o jefes déspotas, aunque con un auto-látigo perverso por obtener una plusvalía maximizada que golpea duro sobre las espaldas del deseo de romper tanta soledad no elegida.
Sintéticamente, otra cara más del exquisito capitalismo, en su etapa “global”. Más “libre” pero no menos sometedor y represor. Eso sí, con mucho chip y celulares de ultimísima generación.
Como decíamos al principio, el contexto no explica lo vincular particular de los desencuentros, de a pares, pero resulta un punto de partida decisivo para pensar y repensar las dificultades de los mismos, incluidos algunos “daños colaterales”. Como ser, por ejemplo, en este juego perverso donde pocos dejan de ser víctimas, el de los “disfraces”.
Antes, en el barrio a estas “vestimentas” se les decía “apariencias”: “digo que soy y poseo lo que no soy y ni tengo”. ¿Por qué y para qué este “atajo”? Dejando de lado la mentira patológica, un observable: si alguien está o se siente desvalido internamente, este ropaje puede ser un pasaporte a alguna salida fugaz, con algunos momentos de dicha aparente y a plazo fijo, que luego, caída la impostura, “si te he visto, no me acuerdo”. ¿Alguna coincidencia acaso con el modelo consumista, adictivo, que ofrece todo el tiempo el sistema consumo global antedicho, la matrix material de base?
Y con los sentimientos, ¿qué sucede? ¿Se amplían, se profundizan, se menguan? ¿Cómo anda con este modelo la desconfianza, la envidia, el individualismo, las ansias de dominio, la ruptura de redes comunicacionales, facebook incluido, la sujeción y ejercicio despótico del poder, hacia el otro. Todo lo cual apunta a ser ticket seguro a más la soledad y aislamiento?
Y con el amor (si es que lo hay o lo hubiera) y la gratitud en medio de tanta violencia, angustia contenida, tanta “competitividad” destructiva y aniquiladora y cruel de toda crueldad, ¿qué sucede? ¿Se sobreponen éstas una dosis de ternura, prerrequisito humano insoslayable para vivir, trabajar, aprender en forma plena, y no sólo durar, como señalaba enfáticamente el psicoanalista Fernando Ulloa ?
Asimismo, las personas, ante tantas presiones, hacen síntoma y se enferman: psicosomáticas, alergias, gripes. El yo devaluado en su confianza y autoestima, intenta, por resolución fallida, al par por peligrosa automedicación, que bien encaja con los negocios de los laboratorios, prepagas, honorarios, análisis, terapias infinitas, medicinas alternativas, supercherías, etc etc. salidas vanas a una crisis con escaso espacio para la palabra.
Mientras, subsiste como deseo profundo cambiar estos modos vinculares, y poder construir y sostenerlos más sincera y verdaderamente, en el intento de alcanzar una vida más humana y placentera, aún en un mundo evidentemente complejo.


Roberto Sánchez
Psicólogo social

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