Amarantos y cáscaras
de naranjas confitadas
Por Marta Rodríguez*
Le encantaba estar en el jardín, junto a esas plantas bajas de tallo grueso y ramoso.
Las flores eran como espigas de terciopelo rojo, apretujado como crestas.
Pasaba los dedos a contrapelo, y luego volvía suavemente a dejarlos en su lugar.
El tiempo se extraviaba en laberintos de fantasías, al vaivén de sus dedos sobre el acolchado tapiz.
Su madre tenía una amiga que se llamaba Beba.
Beba vivía en una casa muy linda, con fachada de mármol negro y amplias ventanas.
En el living comedor de Beba, decía su madre, había muchos objetos de valor.
Ella sabía muy bien lo que esa frase quería decir: –Más te vale portarte bien .
Miraba con asombro esas cosas tan valiosas.
Algunas le parecieron oscuras, y mirarlas le daba un poco de miedo. No se animó a tomar asiento en los sillones tapizados con gobelino, y dejó a sus ojos atropellarse mirando tanta forma y color.
Tomada de la mano de su madre entraron al comedor. No podía creer lo que veía: cubría la mesa el mantel más hermoso que jamás había visto.
Se desprendió de la garra opresora. Se paró frente a la maravilla, y dejó a su mano deslizarse a contrapelo del grueso paño de pana rojo.
No se atrevió a preguntar cómo había hecho Beba para unir tantas flores de amarantos. Ese día saboreó el más rico chocolate de toda su vida.
En platitos de porcelana había vainillas y cascaritas de naranjas confitadas.
Le encantaba estar en el jardín, junto a esas plantas bajas de tallo grueso y ramoso.
Las flores eran como espigas de terciopelo rojo, apretujado como crestas.
Pasaba los dedos a contrapelo, y luego volvía suavemente a dejarlos en su lugar.
El tiempo se extraviaba en laberintos de fantasías, al vaivén de sus dedos sobre el acolchado tapiz.
Su madre tenía una amiga que se llamaba Beba.
Beba vivía en una casa muy linda, con fachada de mármol negro y amplias ventanas.
En el living comedor de Beba, decía su madre, había muchos objetos de valor.
Ella sabía muy bien lo que esa frase quería decir: –Más te vale portarte bien .
Miraba con asombro esas cosas tan valiosas.
Algunas le parecieron oscuras, y mirarlas le daba un poco de miedo. No se animó a tomar asiento en los sillones tapizados con gobelino, y dejó a sus ojos atropellarse mirando tanta forma y color.
Tomada de la mano de su madre entraron al comedor. No podía creer lo que veía: cubría la mesa el mantel más hermoso que jamás había visto.
Se desprendió de la garra opresora. Se paró frente a la maravilla, y dejó a su mano deslizarse a contrapelo del grueso paño de pana rojo.
No se atrevió a preguntar cómo había hecho Beba para unir tantas flores de amarantos. Ese día saboreó el más rico chocolate de toda su vida.
En platitos de porcelana había vainillas y cascaritas de naranjas confitadas.
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Receta
Cáscaras Confitadas
(Naranja, Limón o Pomelo)
Dejar a remojo las cáscaras en abundante agua durante 2 días cambiando el agua 2 o 3 veces. Colocar las cáscaras en una cacerola con agua fría y retirarlas cuando rompa el hervor. Renovar el agua y repetir la operación 2 veces más. Luego hervirlas hasta que queden tiernas. Pesar las cáscaras y colocarlas en una cacerola con igual cantidad de agua y azúcar. Hervirlas a fuego lento hasta que se reduzca el almíbar y queden caramelizadas.
Las cáscaras tienen que ir con toda su alfombrita blanca, cuanto más gruesa, mejor.
*Maestra cocinera y cuentista
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