El viejo psicoanalista argentino, don Enrique Pichón Riviére aseveraba: “cada encuentro es un reencuentro”, refiriéndose a que cuando uno se encontraba con alguien que jamás había visto, éste probablemente nos disparara sentimientos y recuerdos de personas que pasaron por nuestra vida, y que quizá las hagamos aparecer como atributos de esta persona.
¿Y con los reencuentros? Alfredo Grande, el psiquiatra argentino dedicado al psicoanálisis implicado categoriza, parafraseando a Pichón en su inconfundible estilo aforístico, en forma inversa, y amplía: “cada reencuentro es un encuentro”. Esto mismo, trataremos de explicarlo a nuestro modo.
¿Quién puede hablar de reencuentros? Inevitablemente quienes ya han vivido un tramo considerado en sus vidas. Podemos suponer alguien que ha atravesado vivencias de encuentro y pérdidas, alguien que ya ganó y perdió alguna vez, de quizás quien lo dio todo creyendo que eso era lo mejor y recibió lo contrario, o nada, o del que no dio, ni da nada nunca, porque no quiso, no pudo o no supo, y no llega a comprender por qué no recibe nada como esperada contrapartida. En definitiva, de reencuentros puede hablar el que algo ha vivido en tantas situaciones vivenciales más.
El tema resulta interesante ahora porque viene inducido y facilitado con la irrupción de las nuevas tecnologías informáticas que, con cierta instantaneidad, nos facilita reencontramos con personas que hace años no veíamos, y también de remotos lugares.
Detengámonos un segundo. Si desde la perspectiva más psicológica, el otro, aún en el presente, no es sólo el otro, sino, en buena medida, lo que más de una vez le atribuimos desde nuestras propias ideas, sentimientos, miradas y fantasías, ¿quién será entonces este otro, que pasó por nuestra vida hace tantos años y ahora se nos reaparece en el presente?
Este otro, que también somos nosotros, para él, indudablemente, es otra persona, aunque sea esa misma que conocimos hace años, desde nuestro pasado, nuestros recuerdos y nuestras reconstrucciones. Y que, inevitablemente, vamos a tratar “reconstruirla” en este reencuentro, con más o menos éxito, desde el recuerdo de aquel tiempo y lugar cuando dejamos de verla. Y entonces, varios datos inevitables, un tanto frustrantes: hubo una historia que ya no la hay, y además, entre aquella persona que “dejamos” y ésta, lo que pasó hasta el reencuentro, es un hueco, un enigma, desde lo vivencial nuestro. Precisamente, porque durante el tiempo transcurrido no compartimos con ella una historia, y que sólo se llenará, si es que se llena, porque quizá no se pueda o no se desee hacerlo, desde éste único e inevitable presente.
Salvo que, como actitud fijista, detenida, uno quede entrampado con las fantasías de un pasado que fue, de nostalgia quizá, en el aquí y ahora, lo cual puede ser fuente de más de un malentendido o sobreentendido. Lo que se denomina “falso enlace”, aun en los encuentros presentes.
No porque los recuerdos, siempre subjetivos, por supuesto, sean “falsos”, sino porque éstos ya no pueden dar cuenta de esta “nueva” persona reencontrada en el presente, si no sólo como esbozo lejano, muchas veces falible, de lo que es ahora.
Es que somos seres de cambio y en perpetuo cambio, aún con ciertas rutinas y estructuras relativamente fijas, y atravesamos la vida con vicisitudes y dificultades, a las que nos adaptamos como podemos y que, indudablemente, nos modifican.
Es que somos seres de cambio y en perpetuo cambio, aún con ciertas rutinas y estructuras relativamente fijas, y atravesamos la vida con vicisitudes y dificultades, a las que nos adaptamos como podemos y que, indudablemente, nos modifican.
Internet, el facebook, el messenger desde no hace tanto, están produciendo, mejor dicho, facilitando unos inducidos “viajes” al pasado, de reencuentro, aún virtual, lo cual produce consecuencias diversas. Ni malas ni buenas, o ambas. Como la vida misma.
Uno puede de repente reencontrarse, búsqueda mediante o no, con personas que no imaginaba: con ese vecino carpintero que vivía hace 30 años allá en la esquina y ahora vive en Grecia y trabaja de pescador; o con un primo que dejó de ver a los 7 años y ahora vive en el primerísimo mundo ; o con esa novia o novio que fue, o no, y que ahora, indudablemente, ya no es, y que, aunque nos resulta irreconocible a nuestra vista y a nuestros sentimientos, parece “como que” podemos ya estar de nuevo con él o ella en aquel tiempo, “viajando”, como si no hubiese pasado el mismo. Algo de la fantasía de la saga de “Regreso al futuro”, la película de los años 80. Lo mismo con un disco, un libro, una película, o con quienes los disfrutaron y compartieron en una época pasada.
Ahora, ¿es bueno o malo reencontrarse? A veces se da sin pensarlo, sin desearlo o sin esperarlo, como que una suma de coincidencias lo determinan y producen el hecho; así como otras veces uno encuentra lo que no buscó, o busca afanosamente lo que nunca encontrará. Variantes diversas y tantas más.
De hecho, todo esto ocurre porque, entre otras consecuencias a vivenciar, uno no sabe cómo afectó la variable “tiempo” en aquél, y en uno mismo, y lo pone a prueba a partir de un deseo.
Por eso, hay personas a las que reencontrarse después de muchos años les hace bien. Aunque sus vidas no hayan sido, o no hayan logrado, todo lo que se propusieron, y que, al reencontrarse con los otros, en las comparaciones, que a veces se vuelven odiosas por no considerar las diferencias, igual, pueden integrar aquellas figuras del pasado con este “ajuste” tantas veces doloroso que impone el presente.
Así como hay otras personas que no pueden tolerar esto. Son personas que se sienten incómodas en el reencuentro-encuentro (por ejemplo, en las clásicas reuniones de compañeros de la escuela secundaria), y se ponen muy tristes. Luego, deciden no ir más a las mismas y prefieren quedarse con la imagen detenida de los otros, y de ellas mismas, de lo que fueron. Al fin, el paso del tiempo, entre otras cosas, les resulta intolerable.
Lo valorativo aquí no cuenta. Toda intelectualización ante el dolor y las vivencias propias, apenas las ordena, pero no las evita. Y es sabido, cada uno, con lo que tiene, con lo que siente y con lo que le pasa, hace lo que puede.
Aunque sí se puede ver un reencuentro o los reencuentros, pero no necesariamente, como una apertura a perspectivas nuevas, a otras miradas sobre lo ocurrido y a nuevos proyectos, sin asegurar su éxito, claro, como en todo presente, y a partir de él.
Asimismo, se lo puede pensar, desde lo sensible, como un mínimo homenaje tierno y de gratitud a aquellos que fueron significativos en nuestro pasado, y que ya no son. Aunque sus brillos, como el de las estrellas en el cielo, nos permitan integrar, de alguna manera, nuestra propia historia. Siempre inacabada y abierta a lo nuevo, cada día.
Roberto Sánchez
Psicólogo social
Psicólogo social
No hay comentarios:
Publicar un comentario