jueves, 22 de julio de 2010

LA ALDEA DE LA SALUD


Medicina:

una mirada

diferente


Entrevista realizada por Víctor-M.Amela a Ghislaine Lactot, ex médica y autora del libro "La mafia médica", en el que cuestiona el sistema médico actual.


Nací en Montreal (Canadá). Fui médico y hoy soy Ghislaine Lactot médico del alma. Me he divorciado dos veces y tengo cuatro hijos (de 37 a 28 años) y cuatro nietos. ¿Política? ¡Soberanía individual! Cree en ti: eres divino y lo has olvidado. La medicina actual fomenta la enfermedad, no la salud: lo denuncio en mi libro “La mafia médica”.

–Estoy griposo, ¿qué me receta?

–Nada.

–¿Ni un poquito de Frenadol?

–¿Para qué? ¿Para tapar síntomas? No. ¡Atienda a sus síntomas, escúchese! Y su alma le dará la receta.

–Pero, ¿me meto en la cama o no?

–Pregúnteselo usted mismo, y haga lo que crea que le conviene más. ¡Crea en usted!

–¡A los virus les da igual lo que yo crea!

–Ah, ya veo: elige usted el papel de víctima. Su actitud es: “He pillado una gripe. Soy víctima de un virus. ¡Necesito medicinas!”.

–Pues sí, como todos...

–Pues allá usted... Mi actitud sería: “Me he regalado una gripe. ¡Soy la única responsable! Debo cuidarme un poco”. Y me metería en cama, reposaría, me relajaría, meditaría en cómo me he maltratado últimamente...

–¿Se ha “regalado” una gripe, dice?

–¡Sí! Tu enfermedad viene de ti, no viene de fuera. La enfermedad es un regalo que tú te haces para encontrarte contigo mismo.

–Pero nadie desea una enfermedad...

–Tu enfermedad refleja una desarmonía interior, en tu alma. Tu enfermedad es tu aliada, te señala que mires en tu alma, a ver qué te sucede. ¡Dale las gracias: te brinda la ocasión de hacer las paces contigo mismo!

–Quizá sea más práctica una pastillita...

–¿Hacer la guerra a la enfermedad? Eso propone la medicina actual, y las guerras matan, traen siempre muertes.

–No me dirá ahora que la medicina mata...

–¡Un tercio de las personas hospitalizadas lo son por efectos medicamentosos! En Estados Unidos, 700.000 personas mueren al año a causa de efectos secundarios de medicamentos y de tratamientos hospitalarios.

–Morirían igual sin medicamentos, oiga.

–No. No si cambiamos el enfoque: la medicina actual ha olvidado la salud, ¡es una medicina de enfermedad y de muerte! No es una medicina de salud y de vida.

–¿Medicina de enfermedad? Acláremelo...

–En la antigua China, un acupuntor era despedido si su paciente enfermaba. O sea, ¡el médico cuidaba de la salud! ¿Ve? Toda nuestra medicina es, pues, el fracaso total.

–Prefiere medicinas alternativas, pues...

–Respetan más el organismo que la medicina industrial, desde luego: homeopatía (¡será la medicina del siglo XXI!) acupuntura,fitoterapia, reflexoterapia, masoterapia...la practica del yoga..la meditacion .. Son más baratas... y menos peligrosas

–Pero no te salvan de un cáncer. ¡Dígale eso a la medicina convencional! ¿Te salva ella de un cáncer?

–Puede hacerlo, sí. Lo que hará seguro es envenenarte con cócteles químicos, quemarte con radiaciones, mutilarte con extirpaciones...

–¡Y, encima, cada día aparecen más cánceres! ¿Por qué?

–Porque la gente vive olvidando su alma (que es divina): la paz de tu alma será tu salud, porque tu cuerpo es el reflejo material de tu alma. Si te reencuentras con tu alma, si la pacificas..., ¡no habrá cáncer!

–Palabras bonitas, pero si un hijo suyo tuviese un cáncer, ¿qué haría usted?

–Alimentaría su fe en sí mismo: eso fortalece el sistema inmunitario, lo que aleja al cáncer. ¡El miedo es el peor enemigo! El miedo mina tus autodefensas. ¡Nada de miedo, nada de sumisión al cáncer! Tranquilidad, convicción, delicadeza, terapias suaves...

–Perdone, pero lo más sensato es acudir a un oncólogo, a un médico especialista

–La medicina convencional debiera ser sólo un último recurso, y muy extremo... Y si tu alma está en paz, eso jamás te hará falta.

–Bien, pues tengamos el alma pacificada... pero, por si acaso,pongámonos vacunas.

–¡No! Las fabrican con células ováricas de hámster cancerizadas para multiplicarlas y cultivarlas en un suero de ternera estabilizado con aluminio (eso la de la hepatitis B, con su virus): ¿inyectaría usted eso a sus hijos?

–Les he hecho inyectar ya varias...

–Y yo a los míos: fui médico, y por entonces no sabía aún todo lo que hoy sé... ¡Pero hoy mis hijos no vacunan ya a sus hijos!

–Yo creo que seguiré vacunándolos...

–¿Por qué? La medicina actual mata moscas a martillazos: no siempre muere la mosca, pero siempre rompe la mesa de cristal. Son tantos los dañinos efectos secundarios...

–¿Por qué abominó usted de la medicina?

–Yo me hice médico para ayudar. Me dediqué a la flebología, a las varices. Llegué a tener varias clínicas. Pero fui dándome cuenta del poder mafioso de la industria médica, que atenta contra nuestra salud, ¡que vive a costa de que estemos enfermos! Lo denuncié... y me echaron del Colegio de Médicos.

–O sea, ya no puede usted recetar...

–¡Mejor! Los medicamentos están fabricados pensando en la lógica industrial del máximo beneficio económico, y no pensando en nuestra salud. Al revés: si estamos enfermos, ¡la mafia médica sigue ganando dinero!

–¿Y a quiénes tilda de “mafia médica”?

–A la Organización Mundial de la Salud (OMS), a las multinacionales farmacéuticas que la financian, a los gobiernos obedientes, a hospitales y a médicos (muchos por ignorancia)... ¿Y qué hay detrás? ¡El dinero!



LA ALDEA DE LAS IMPRESIONES


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LA ALDEA LITERARIA

La conjura de

los libreros


Por Roberto Di Vita*


CAPÍTULO CUATRO


Resumen: Las multinacionales del negocio editorial contra las librerías locales, se valen de todos los medios para eliminar a éstas.


Pablo regresó a la vieja Biblioteca y leyó una cita que lo intranquilizó esa mañana... “–Sí, señor–. En Londres todos sabían de la existencia del estrangulador. “Necesitamos ayuda”( libro homónimo; de Sydney Sheldon), página 11, anteúltimo párrafo.

Pero lo que más lo intranquilizó fue el papelito escrito en lápiz que decía: “Ojo, todos estamos en peligro”...

–¿También me llegaría el pánico a mí?– Se preguntaba Pablo.

Cuando el viejo José no era tan viejo, se vivieron años de esplendor en las buenas librerías.

Escritores muy conocidos las visitaban y solían quedarse allí, horas enteras conversando con la gente.

No se trataba de vender sus libros, no los guiaba una tarea de autopromoción, lo hacían por el placer de charlar y conocer distintas opiniones.

Una noche de 1970, en plena Avenida de Mayo, a pocas cuadras del Círculo de la Prensa, el joven José conoció al poeta dominicano Manuel del Cabral.

Este poeta en animada conversación con estudiantes, defendía con vehemencia la negritud de su poesía y recitaba, eso tan conocido suyo, cuyos primeros versos dicen... “Hombres negros pican sobre piedras blancas”... del poema Trópico del picapedrero.

El joven José recordó que esa noche alguien nombró al poeta cubano Nicolás Guillén como un colega de Manuel del Cabral y a éste pareció no hacerle mucha gracia.

–“Nicolás Guillén no fue el único que escribió sobre la negritud de la poesía y de lo social”– afirmó molesto, del Cabral... (¿Problemas de celos?) ...

Igualmente el corazoncito del joven José, estaba con el poeta cubano.

Para robustecer sus alegatos ese hombre de Santo Domingo, comunicativo y vehemente, tomó esa noche un libro de los anaqueles de esa librería llamado “Cuatro grandes poetas de América”, (Rubén Darío, César Vallejo, Manuel del Cabral y Pablo Neruda) y leyó poemas de su autoría, en plena calle, como si fuera un encendido recital poético.

¡Noches de escritores y de libros, al alcance de los lectores!

Setiembre de 1970.

Continuará. (Derechos Reservados) rrd

*Escritor



LA ALDEA DE LA RECETA – CUENTO

9 de Julio
(Títeres y
tortas fritas)


Por Marta Rodríguez*


.Anita estaba cursando Cuarto Grado “A”. La señorita Stella, había resuelto trabajar con títeres.
Se avecinaba el 9 de Julio y el festejo patrio era ideal para presentar los títeres de la señorita Stella.
–¿Quién sabe bailar folklore?– preguntó la señorita.
El brazo de Anita parecía el asta de la bandera. El corazón le latía con fuerza; ¡por fin! su mamá la vería actuar.
Se sumó a la troupe Normita Carreras y Ernestito Pérez.
Ernestito Pérez iba a ser el paisano locutor y ellas, las encargadas de hacer bailar a los títeres un buen gatito santiagueño.
Llegó por fin el 9 de Julio. El patio del colegio estaba colmado. En primera línea los alumnos y detrás, padres y familiares.
El aroma a tortas fritas que habían preparado integrantes de la cooperadora, sobrevolaba en el aire gélido de esa mañana de Julio.
En el escenario estaban, en un costado el abanderado con su escolta, y en el centro el tinglado con los títeres.
Ernestito Pérez, con voz de Viejo Vizcacha, hizo la presentación, y tras el grito de “¡Viva la Patria!” arremetió el gato.
Anita, con los nervios de punta, vio de reojo que en la bandera estaba Emilio Cuenca, el chico más lindo de Sexto Grado. Se puso colorada cuando Emilio Cuenca le hizo un guiño de ojo.
Normita Carreras, viendo que estaba pavota, le dijo: ¡ Anita, la música!
Respiró aliviada cuando los aplausos dieron por sentado que todo estaba bien.
Emilio Cuenca le sonrió de costadito y ella, que hubiera querido sonreír con todos los dientes, lo miró fijo y le sacó la lengua

Receta
Tortas Fritas

Ingredientes: ½ kilo Harina; 1 cda. De Polvo de hornear; 1 cda. De Grasa;1 cda. de Margarina; 1 Yema: ½ taza Salmuera; ¼ taza de Leche; Grasa para freír; Azúcar para espolvorear.

Preparación: Cernir la harina con el polvo de hornear. Ponerla en forma de corona. En el centro, colocar la grasa, la margarina y la yema de huevo. Mezclar. Agregar poco a poco la leche con la salmuera hasta formar un bollo. Sobarlo hasta que se formen ampollas en la masa. Dejar reposar durante una hora.
Separar formando bollitos. Achatarlos hasta que queden discos del tamaño de un platito y un espesor de 1 cm. Pincharlos en el centro y freírlos en grasa bien caliente y abundante.
Ir colocando las tortas fritas sobre un papel de estraza y espolvorearlas con azúcar.

*Maestra cocinera
y cuentista
30/06/2010
LA ALDEA LITERARIA
Rohayhu
Cuento de Graciela Acebal*


Parece que hubieran pasado siglos desde que lo vimos llegar. La maleta cargada con lo preciso, la piel oscura, curtida por un sol de mandiocas y naranjos, con música de arpas a lo lejos. La sonrisa ancha y franca, de blanquísimos dientes, que le cruzaba la cara de oreja a oreja. Era de risa fácil y contagiosa. Y cuando se dejaba conquistar el corazón por el vino, se ponía tiernamente romántico y seductor, a su mujer la llamaba reina y le decía al oído rohayhu.


Le gustaba relatar historias, cuando no las recordaba las inventaba para nosotros, que por entonces atravesábamos una infancia austera, fácil de contentar con las más simples cosas. En sus cuentos siempre había retazos perdidos de sus recuerdos, las heroínas eran las mismas mujeres que él había amado en su niñez, las que lo habían criado, alimentado, mimado y consentido. Abuelas, hermanas, tías, primas. A falta de madre, cualquier mujer es buena para dar calor al corazón.


Los hombres casi no tenían protagonismo en sus relatos. A ellos se los había llevado la guerra.

Cuando se quedó sin trabajo primero se dió al hábito de la jardinería, se volvió aficionado a la brocha gorda y el fratacho, se entretuvo en la cocina, entre ollas de aluminio y recetas memorables de sopa paraguaya. Por esa época comimos los más ricos guisos, vimos reverdecer las plantas y renovarse la casa propia y las vecinas, con paredes pintadas a dos tonos, como estaba de moda.

Después, como pasa siempre, la costumbre y el abuso le fueron cambiando el tinte a las cosas. Se le opacaron los ojitos de carbón. Se le angostó la sonrisa. Se dió al vino como quien se da al juego, de manera arrebatada. Todo el día estaba el perro tendido a sus pies lamiéndole los dedos, y desde temprano el vaso medio vacío sobre la mesa. Ya no tenía edad para salir a competir en el mercado laboral, tampoco tenía ganas. Vivía en una casa prestada, dormía en un cuarto que alguna vez había sido alcoba de amores encendidos. Pero no era el caso suyo, no.

Su mujer no tenía nada de encendida, excepto para los asuntos vinculados con el malgasto del dinero, que esos sí, la ponían frenética. Las recriminaciones se multiplicaban a la par que su dosificación alcohólica en sangre. Las horas compartidas se volvieron apáticas, infértiles, tristes. El humo del cigarro lo inundaba todo, copaba todos los espacios vacíos, que eran mayoría.

La añoranza se le hizo insoportable, se le fue metiendo en la piel como un cuchillo mal afilado. Se le desdibujó la sonrisa y pronto perdió el entusiasmo por la lectura y la música, que en otros tiempos tanto le agradaron y acompañaron. Nosotros, ya algo más creciditos y ocupados en asuntos de otras índoles, apenas si lo notamos. Hacía rato que no nos sentábamos en sus rodillas para oirlo relatar aquellas historias fantásticas tan suyas.

Una tarde caímos de visita y ya no estaba. Resultó ser que el hombre se había ido tan calladito como llegó. Sin decir hola ni hasta luego. Suponemos que a reencontrarse con sus reinas, las heroínas de todos sus cuentos. Las únicas mujeres que lo habían hecho feliz.

Http://www.desvariospoemasyreflexiones.blogspot.com/


*Escritora