jueves, 17 de mayo de 2012


Caloi,
hasta
 
siempre










 Carlos Loiseau
Dibujante e historietista argentino
(Salta, 9 de noviembre de 1948
Adrogué, 8 de mayo de 2012)

El día en que Caloi hizo emocionar a Sandro






Pobre
periodismo

Hace unas semanas volvió Jorge Lanata a la televisión con el programa “Periodismo para todos”, los domingos a las 11 de la noche en canal 13, y hace unos meses volvió a la radio, con “Lanata sin filtro”, en Radio Mitre, AM 790, de lunes a viernes a las 13 horas. Por su parte, el programa periodístico de análisis de medios, 678 hace varios años sigue en la grilla del canal del Estado, canal 7, “La televisión pública”, de domingo a jueves a las 21-21.30 horas.

Por tomar sólo estos dos  programas periodísticos, sin ser lo mismo aunque ambos aborden temáticas políticas y aparezcan como íconos de modelos comunicativos masivos del momento, se podría afirmar que, en comparación con el periodismo que los argentinos conocimos en los 60-70, y aún los 90,  estas muestras son, por lo menos, pálidos reflejos de aquél.

Al principio de su aparición, 678 concitó un interés genuino en un momento donde el nuevo gobierno, que venía a cambiar muchas cosas, recibía una andanada feroz de parte de la prensa hegemónica liderada por los multimedios, entre otros, Clarín-Canal 13. Con el tiempo, 678 fue perdiendo calidad a costa de evidente repetición con un programa de insistente factura en función de sostenerse informes realizados con recortes, por momentos anacrónicos, de los dichos de opositores y de aquella prensa sistémica. Tras la invitación al programa a Beatriz Sarlo, a mediados del pasado año, aún con la relatividad de las críticas de la escritora en el mismo, no se sobrepuso, y fue siendo, cada vez más, una extensión del discurso oficialista o de la acción de gobierno, como decimos, insistente hasta el hartazgo, haciendo, por elección, un modo de periodismo no imprescindible en un medio del Estado y que tiende a satisfacer a un sector cada vez más pequeño del público televidente.

A su vez, Lanata, que en los ’80 y ’90, gozó de gran credibilidad, relativizada la misma cuando hace un par de años dejó en la calle a los trabajadores de su diario, Crítica de la Argentina. Hoy, su juego más de showman, con el vano intento de imitar algo del estilo del inigualable Tato Bores, que de investigador de chanchullos e influencias, como supo ser en sus años de alta atención, lo banaliza más aún.

Ante ambos casos, el ciudadano se encuentra ante un interesante desafío, seguir buscando, aún en cuentagotas, alguna información veraz, sin que por eso sea aburrida.  R.S.
La balada del
álamo carolina

*Haroldo Conti

A mi madre, doña Petrolina Lombardi de Conti, y a la ciudad de Chacabuco, mi pueblo.

Ciruelo de mi puerta, si no volviese yo,
la primavera siempre volverá.
tú, florece.
(Anónimo japonés)

Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.

Este álamo Carolina nació aquí mismo, exactamente, aun que el álamo Carolina, por lo que se sabe, viene mediante estaca y éste creció solo, asomó un día sobre esta tierra entre los pastos duros que la cubren como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a los bichos.

Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y templó la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por las alturas, por trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que era eso, lo supo recién al año siguiente cuando los pastos quedaron todavía más abajo y detrás de los pastos vio un alambrado y detrás del alambrado vio el camino, que es una especie de árbol recostado sobre la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y que florecen en las puntas para el verano, pues todas rematan en un mechoncito de árboles verdaderos.

Por ahí andan los hombres y el loco viento empujando nubes de polvo. Tam bién ya sabía para entonces lo que era una rama porque, después de las lluvias de agosto, sintió que su cuerpo se hinchaba en efecto aquí y allá y una parte de él se quedó ahí, no siguió más arriba, torció a un lado y creció sobre la tierra de costado igual que el camino.

Ahora es un viejo álamo Carolina porque han pasado doce veranos, por lo menos, si no lleva mal la cuenta. Ahora crece más despacio, casi no crece. En primavera echa las hojas en el mismo sitio que estuvieron el otro verano y por arriba brotan unas crestitas de un verde más encarnado que al caer el sol se encienden como por dentro, pero él ahora no pretende más que eso, esa dulce luz del verano que lo recubre como un velo. Y dentro de esa luz está él, el viejo álamo, todo recuerdo. De alguna manera ya estaba así hace doce veranos cuando asomó sobre la tierra y crecer no fue nada más que como pensarse. Sólo que ahora recuerda todo eso, se piensa para atrás, y no nace otro árbol. En eso consiste la vejez. Verde memoria.

Ahora es el comienzo del verano justamente y acaba de revestirse otra vez con todas sus hojas, de manera que como recién están echando el verde más fuerte (son como pequeños árboles cada una) por la tarde, cuando el sol declina y se mete entre las ramas el álamo se enciende como una lámpara verde, y entonces llegan los pájaros que se remueven bulliciosamente entre las hojas buscando dónde pasar la noche y es el momento en que el viejo álamo Carolina recuerda.

A propósito de la noche, los pájaros y el verano. Recuerda, por ejemplo, a propósito de los pájaros, el primero de ellos que se posó sobre la primera rama, que ha quedado allá abajo pero entonces era el punto más alto, ya casi no da hojas y es tan gruesa como un pequeño árbol. En aquel tiempo era su parte más viva y sintió el pájaro sobre su piel, un agitado montoncito de plumas. Descan só un rato y luego reemprendió el vuelo. Recién dos veranos después, cuando divisó la primera casa de un hombre y detrás de ella la relampagueante línea del ferrocarril, una montera armó un nido en la horqueta de la última rama. Cortó y anudó ramitas pacientemente y así el álamo se convirtió en una casa, supo lo que era ser una casa, el alma que tiene una casa, como antes supo del camino y del alma del camino, ese ancho árbol floreci do de sueños. El nido se columpiaba al extremo de la rama y él, aunque gustaba del loco viento de la tarde, procuraba no agi tarse mucho por ese lado, le dio todo el cobijo que pudo, echó para allí más hojas que otras veces.

Al final del verano los pichones saltaron del nido y los sintió desplazarse temblorosos sobre la rama con sus delgadas patitas, tomar impulso una y otra vez y por fin lanzarse y caer en el aire como una hoja. Un árbol en verano es casi un pájaro. Se recubre de crocantes plumas que agita con el viento y sube, con sólo desearlo, desde el fondo de la tierra hasta la punta más alta, salta de una rama a otra todo pajarito, ave de madera en su verde jaula de fronda.

Ese verano fue el mismo del ferrocarril. Antes viene la casa. No vio la casa por completo, ni siquiera cuando, años después, trepó mucho más alto, sino lo que ve ahora mismo desde el brote más empinado, un techo de chapas que se inflama con el sol y una chimenea blanca que al atardecer lanza un penacho de humo. A veces el viento trae algunas voces.

Con todo él ha llegado hasta la casa en alguna forma, a través de las hojas de otoño que arrastra el viento. Con sus viejos ojos amarillos ha visto la casa aun por dentro, ha visto al hombre, flaco y duro con la piel resquebrajada como la corteza de las primeras ramas, la mujer que huele a humo de madera, un par de chicos silenciosos con el pelo alborotado como los plumones de un pichón de montera.

Con sus viejas manos amarillas ha golpeado la puerta de tablas quebradas, ha acariciado las des cascaradas paredes de adobe encalado, y mano y ojo y amarillas alas de otoño ha corrido delante de la escoba de maíz de Guinea y trepado nuevamente al cielo en el humo oloroso de una fogata que anuncia el frío, el tiempo dormido del árbol y la tierra.

El ferrocarril pasa por detrás de la casa pero hubo de trepar hasta el otro verano, cuando volvieron las hojas y los pájaros, para entrever el brillo furtivo de las vías cortando a trechos la tierra. Ya había sentido el ruido, ese oscuro tumulto que agitaba el suelo porque el árbol crecía tanto por arriba como por debajo. Por debajo era un árbol húmedo de largas y húmedas ramas nacaradas que penetraban en la tibia noche de la tierra.

Por ahí vivía y sentía el árbol principalmente, por ahí su día era un día del mundo, así de ancho y profundo, porque la tierra que palpitaba debajo de él le enviaba toda clase de señales, era un fresco cuerpo lleno de vida que respiraba dulcemente bajo las hojas y el pasto y sostenía cuanto hay en este mundo, incluso a otros árboles con los cuales el viejo álamo Carolina se comuni caba a través de aquel húmedo corazón.

Al este, por donde nace el sol, había un bosque. Lo divisó una mañana con sus ojos verdes más altos y todas sus hojas temblaron con un brillo de escamas. Era un árbol más grande, el más grande y formidable de todos. Al caer la tarde, con el sol cruzado barriendo oblicuamente los pastos que parecían mansas llamitas, los ár­boles aquellos ardieron como un gran fuego. Por la noche, el álamo apuntó una de sus delgadas ramas subterráneas en aque lla dirección y recibió la respuesta. No era un árbol más grande, era un bosque, es decir, un montón de ellos, tierra emplumada, alta y rumorosa hermandad.

¿Por qué no estaba él allí? ¿Por qué había nacido solitario? ¿Acaso él no era como un resumen del bosque, cada rama un árbol? Todas estas preguntas le respondió el bosque, sus herma nos, noche a noche. Esta y muchas otras porque a medida que se ponía viejo, en medio de aquella soledad, se llenaba de tantas preguntas como de pájaros a la tardecita. Los árboles no duer men propiamente, se adormecen, sobre todo en invierno cuando las altas estrellas se deslizan por sus ramas peladas como frías gotas de rocío. Es entonces cuando sienten con más fuerza todas aquellas voces y señales de la tierra.

Los animales de la noche salen de sus madrigueras y roen la oscuridad, un pájaro desvela do vuela hacia la luz de una casa, un bulto negro trota por el camino, los grillos vibran entre los pastos como cuerdas de cristal, un perro aúlla en la lejanía, el hombre se da vuelta en la cama y piensa cuántas fanegas dará el cuadro de trigo.

En este mismo momento, en esta noche tan quieta, la semilla está trabajando ahí abajo, el árbol la siente germinar, siente su pequeño esfuerzo, cómo se hincha y se despliega y recorre, pulgada por pulgada, el mismo camino que ha trazado el deseo del hombre, que ha vuelto a dormirse y sueña con una suave marea de espigas amarillas.

Y fue por ahí, por la tierra, que el árbol tuvo noticias del ferrocarril cuando un día sintió ese tumulto que subió por sus raíces. Tiempo después, luego de divisar la morada del hombre, vio por fin aquella alocada y ruidosa casa que con chimenea y todo corría sobre la tierra, y supo por ella que además de los pájaros gran parte de cuanto vive se mueve de un lado a otro y el viejo álamo, que entonces no era tan viejo pero sí árbol com pleto, sintió por primera vez el dolor de su fijeza.

Él sólo podía ir hacia arriba trazando un corto camino en el cielo y al co mienzo del otoño volar en figura según el viento en la trama de sus hojas. En cierto momento, después de la casa, el tren se transportaba entre sus ramas y a veces el penacho de humo llegaba hasta el mismo álamo. Esto dependía del viento, del cual, por instrucción de los pájaros, el viejo álamo había apren dido a extraer otros muchos sucesos. Según soplase, él agitaba sus hojas como verdes plumas y simulaba temblorosos vue los.

El viento subía y bajaba en frescas turbonadas por dentro de aquella jaula vegetal provocando, de acuerdo a la disposición del follaje, murmullos y silbidos que complacían al árbol mú sico.

Todo esto se aprende con los años, un verano tras otro, y luego para el árbol son materia de recuerdo en el invierno. El invierno comienza para él con la caída de la primera hoja. Un poco antes nota que se le adormecen las ramas más viejas y después el sueño avanza hacia adentro aunque nunca llega al corazón del árbol. En eso siente un tironcito y la primera hoja planea sobre el suelo. Así empieza.

Después cae el resto y el viento las revuelve, las dispersa, corren y se entremezclan con las hojas de otros árboles, cuando el viejo álamo Carolina ya se ha adormecido y piensa quietamente en el luminoso verano que, de algún modo, ya está en camino a través de la tierra, por el tibio surco de su savia. La lluvia oscurece sus ramas y la escarcha las abrillanta como si fuesen de almendra. Algunas se quiebran con los vientos y el árbol se despabila por un momento, siente en todo su cuerpo esa pequeña muerte aunque él todavía se sostiene, sabe que perdurará otros veranos.

Hasta que allá por septiembre memoria y suceso se juntan en el tiempo y un dulce cosquilleo sube desde la oscuridad de la tierra, reanima su piel, desentumece las ramas y el viejo álamo Carolina se brota nuevamente de verdes ampollas. El aire ahora es más tibio y el hombre, al que observa desde el brote más alto, recorre el campo y espía las crestitas verdes que acaban de aparecer sobre la tierra.

Para mediados de octubre el viejo álamo está otra vez recubierto de firmes y oscuras hojas que brillan con el sol cuando la brisa las agita a la caída de la tarde. El sol para este tiempo es más firme y proyecta sobre el suelo la enorme sombra del árbol.

Fue en este verano, cuando el sol estaba bien alto y la sombra era más negra, que el hombre se acercó por fin hasta el árbol. Él lo vio venir a través del campo, negro y preciso sobre el caballo sudoroso. El hombre bajó del caballo y penetró en la sombra. Se quitó el sombrero cubierto de tierra, después de mirar hacia arriba y aspirar el fresco que se descolgaba de las ramas, y se quitó el sudor de la frente con la manga de la camisa.

Después el hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo Carolina, se sentó al pie del árbol y se recostó contra el tronco. Al rato el hombre se durmió y soñó que era un árbol.

*Escritor argentino
Nació en Chacabuco. Fue seminarista, narrador, autor y director teatral, asistente de dirección cinematográfico y guionista. En 1976 fue secuestrado en su domicilio
y luego desaparecido.
Locro de trigo,
pericón y trenzas

*Por Marta Rodríguez

Cuando llega el 25 de Mayo el locro es el invitado de lujo y en la casa, es día de fiesta.
En la cocina, utensilios e ingredientes, aguardan alistados: la vieja sartén dueña de las frituras, la tabla de picar sufrida y fortachona, la cuchara de madera con las zapatillas de puntas para los giros y contra giros, la cacerolita solidaria en el desgrase, el colador sólo para filtrar el agua del desgrase de chacinados, la cuchilla dueña de los cortes perfectos y la gran cacerola, matrona y receptora del gran guiso gran.
Ella se colocó el delantal, encendió la radio, y puso en marcha al engranaje. Ésta comida y ésta fecha venían con infaltables recuerdos y, el día de la trenza traicionera se hizo presente.
Cursaba el sexto grado y el pericón nacional era el baile elegido por la maestra para el festejo Patrio,
Las niñas debían llevar polleras largas, blusas blancas, pañuelo al cuello, y el cabello trenzado.
Grande era el problema a resolver; su melenita no era apta para trenzar. Su madre lo solucionó con trenzas de lana bien amarradas con horquillas; aunque medio opacas, se veían bastante lindas.
Todo iba de maravillas. La señorita dictaba los pases del baile y ellos la seguían al pie de la letra. Siempre hay un ¿por qué?  Al llegar el momento nefasto del bailecito, en un giro, una de las trenzas decidió ser pájaro, y se voló al piso. La cara se tornó carmesí, los ojos se empañaron y ella sólo deseaba desaparecer. La enfurecía ver los compañeros y compañeras, aguantando la risa. El momento de la coronación formando los colores de la bandera llegaba. No tuvo opción. Levantó la trenza, la enganchó a la cintura, y con mirada perdida vaya a saber donde, integró la ronda final.

Receta
Locro de Trigo

Ingredientes: 250 grs.  De porotos remojados desde el día anterior. / 250 grs. de panceta hervida 5 minutos y cortada en trozos. / 500 grs. Trigo pelado cubierto de agua hirviendo; llevar al  fuego y cuando rompe el hervor, apagar, agregar agua fría hasta que entibie y dejar que el trigo se hinche. / 1 kilo de falda sin grasa y cortada en trozos. / 3 chorizos blancos desgrasados y cortados en trozos. / 3 chorizos colorados desgrasados y cortados en trozos / 1 kilo zapallo cortado en trozos chicos. / Sal a gusto, picante a gusto. / 250 grs. de cebolla de verdeo picada. / 1 morrón rojo picado. / 3 cucharadas de aceite. / 1 cucharada de ají molido.
Preparación: cuando el trigo haya estallado agregar la carne y llevar al fuego hasta que hierva, añadir la panceta, chorizos, porotos y zapallo, puede llevar batatas cortadas. Dejar hervir a fuego suave. Ir incorporando agua si fuese necesario.





*Maestra cocinera y cuentista
04/05/2009
La conjura de los libreros
CAPITULO 28

(Resistencia de los  libreros ante las multinacionales del libro.)


Resumen: El viejo José junto a algunos libreros de alma luchan contra las multinacionales del negociado editorial y del papel prensa, quienes sufrirán represalias  de toda clase.

Resumen: El viejo José junto a algunos libreros de alma luchan contra las multinacionales del negociado editorial y del papel prensa, quienes sufrirán represalias  de toda clase.

Antes que remataran la carpa de la cultura, al último de los libreros de la familia Palenque hubo una batalla campal.
Cuando el tasador intentó el remate vil de los libros, los muchachos del cuadro no se lo permitieron y defendieron durante meses la instalación, protegida por una bandera tricolor.
Y en nombre de la subcomisión de cultura, dirigida por otro personaje  memorable, gestionaron decenas de veces, para que la carpa no fuera desmantelada...
La esperó a la salida de la facultad, con un ramito de flores.
Ella recibió las flores, olió sus perfumes y lo besó con dulzura.
Caminaron en silencio hasta la casa.
Tomaron unos mates y partieron unas nueces, hablaron de cosas muy importantes por muchas horas. Luego volvió a besarla y acarició sus manos.
Ella se dejó hacer. Fueron al dormitorio. Se reconocieron con lentitud. Él besó sus ojos y se fueron descubriendo poco a poco.
Después le dijo que la esperara. Ya desnudo se tendió de espalda.
Ella regresó con un suave olor a colonia. Se tendió junto a él. Le acarició su vientre y su cintura. La cubrió de besos. Se cubrieron de besos. Las manos buscaron manos, brazos, soles y lunas. Se tendió para esperarlo cerrando los ojos. La cubrió con su cuerpo y un calor suave, de espumas marinas, de algas, de corales los invadió con felicidad hasta esa madrugada.
Silvina y Pablo, se amaron por primera vez...
Luego todo se hizo noche, para el viejo José, para el Nelson, para Carlos, para los trabajadores de la imprenta, para los estudiantes, para los amigos libreros del viejo José; en el silencio desaparecían palabras...


Continuará - Derechos Reservados

*Escritor

Touch, una serie
singular


Desde el pasado lunes 19 de marzo, en el canal Fox a las 22 horas, van los 13 capítulos de Touch, la serie creada por Tim Kring.
     
En la misma se muestra cómo las personas están unidas por un destino que no surge de un pensamiento mágico, si no lógico, y en ese destino, dibujado por fórmulas numéricas, el contacto, la consideración y el respeto por el otro, son la clave que puede salvar al mundo.

Así se podría resumir el espíritu de Touch, la nueva serie protagonizada por Kiefer Sutherland.

El actor canadiense vuelve a la pantalla de Fox luego de ser el protagonista de la movilizante “24” para ser Martin Bohm, el padre de un niño de diez años cuya madre murió en el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

Luego del traumático hecho, el niño, Jake (David Mazouz), deja de hablar y no quiere ser tocado por su padre (Sutherland).  Así, Martin se ocupa de manera angustiante de comunicarse emocional y verbalmente con su hijo que está obsesionado con escribir números. No obstante, el hombre descubrirá que en realidad ésa es la herramienta con la que Jake descifra lo que puede ocurrir en el mundo.


Otro de los personajes es una asistente social, Cela Hopkins (Gugu Mbatha-raw), que cree, como todo el sistema de control social que la emplea, que Martin no puede manejar la situación, por lo que envía al niño a una institución especializada en autismo.

En ese momento es que se introduce el un personaje clave de esta ficción, interpretado por Danny Glover, en el papel de Arthur Teller, un experto en niños con habilidades especiales que le da esperanzas a Martin para recuperar a su hijo.

El guión de Touch se basa en una combinación de argumentos científicos y espirituales.

Más allá de la diferencia de géneros, hay algunas semejanzas alrededor del personaje de Martin y del de Jack Bauer, el agente antiterrorista ultra entrenado de la serie “24”.

En este caso, el personaje que interpreta Kiefer seguirá queriendo salvar al mundo. Mientras que como agente en “24” su deber era evitar actos terroristas, ahora junto con su hijo seguirán los pasos de diferentes personas alrededor del mundo y, de alguna manera, torcerán juntos sus rumbos hacia un destino mejor.

Los números son otro denominador común entre las dos series. Mientras que en “24”, cada capítulo significaba una hora de ese día en que Jack Bauer debía salvar al mundo, en Touch, el número 18 será la clave de varios sucesos que el niño puede predecir gracias a fórmulas numéricas que serán descifradas por su padre.

En ambas series se plantean la dificultad de relacionarse con el otro. En la primera temporada de “24”, Jack Bauer tenía una difícil relación con su esposa e hija pues su trabajo estaba antes que su familia. En Touch, al tiempo que Martin queda viudo, Jake deja de hablar, por lo que debe reconstituir la forma de comunicarse con él.

Como en “24”, cada minuto que pase en Touch será vital para salvar la vida de otro.

Aparte de semejanzas y diferencias, el mensaje de la serie pareciera querer responder a una pregunta abierta en el fluir cotidiano, donde nuestras vidas dependen de una concatenación de hechos causales y fortuitos, vistos aquí con una alta cuota de espiritualidad, que, sin caer en el fatalismo, interrogan: ¿cuánto del camino elegido cada día lo decidimos nosotros o nuestras circunstancias?
El tembladeral
y la porfía

La inflación es un hecho, el poder adquisitivo baja lenta pero persistentemente. El INdeC situó el índice de marzo en un 0,9% y los privados dieron un 2,6%, con alta repercusión en la canasta básica. La misma, según sea de  $1837 para una familia de cuatro personas, según Artemio López-Equis, o de $2150, según del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la UCA, eso repercute de una forma u otra. Por el último dato, el nivel de pobreza hoy en la Argentina es del 34,9%, y, según los datos de Equis-Artemio López, es de un  20,9%.
La falta de aceite y yerba algunos días en las góndolas de los súper, con el aumentazo de la verde hierba (trasladado exorbitantemente el justo aumento para los productores que hacía años no se ajustaba) de 10 a 25 pesos el kilo de parte de las cadenas de comercialización, son apenas dos ejemplos. El gobierno reaccionó, y por mediados  de mes reaparecieron los artículos antedichos, aunque la yerba sin baja de precio.
Las ayudas sociales no han menguado nominalmente, los anuncios por suba de servicios no se han concretado, salvo en los barrios más atildados. Sotto voce se espera que los pasajes en colectivo subirán, triplicándose por lo menos en la Capital, según anuncia su jefe de gobierno, y así se prepara la cabeza y el bolsillo de los millones que viajan todos los días a sus labores.
Ante los hechos, los que prefieren creer más que palpar lo contante y sonante, no visualizan claroscuros. Así como en el otro extremo, nada se ve bueno en la vereda del “todo mal”. Si a ello se suma la falacia ad hominen (el calificativo denigratorio al que critique antes que abordar el tema criticado), el panorama se polariza. El falso ardid discursivo no aquieta las aguas porque el tema sigue en danza.
Si uno pudiera sintetizar, diría que cunde una esperanza un tanto desesperanzada, con ganas de que nada cambie para peor, pero sí que mucho cambie para mejor aún, en un mix de cierta resignación y aversión al salto al vacío.
Todos esperamos, más y mejor trabajo, bienestar, seguridad, justicia, educación, estabilidad, aunque todo ello, ante los hechos, hace preguntarnos si el panorama mejora, se ha estancado o cede y retrocede.
“Todos mienten”, dice Dr. House, el luminoso médico de la serie de ficción al referirse a sus pacientes y colegas. Si todos mienten, en algún lugar está la verdad, o al menos, algún viso de ella. ¿Cómo asirla, en quién confiar? ¿En lo que se dice, se publica, en la intuición propia?
El salvataje a la industria frigorífica, la promesa de aplicar la Ley de Abastecimiento a especuladores, la probable nacionalización de YPF, el probable uso de reservas del Banco Central, el dólar paralelo, el caso del vicepresidente, la no intervención del Estado como litigante en la tragedia de Once, el recambio de Moyano, el elogio de la presidenta de tercerización laboral, la “sintonía fina”, la exaltación a la juventud, el conflicto con Gran Bretaña por Malvinas, son apenas algunos de los temas en incertidumbre.
Para asimilar algo de ello, al ciudadano de a pie, no lo ayuda el momento de pagar en la línea de cajas. Por ahora, sigue prefiriendo ver Tinelli, Soñando por cantar o “conectarse” por el Facebook.  R.S.
La conjura de los libreros

CAPITULO 27

(Resistencia de los  libreros ante las multinacionales del libro.)


Resumen: El viejo José junto a algunos libreros de alma luchan contra las multinacionales del negociado editorial y del papel prensa, quienes sufrirán represalias  de toda clase.

Esto aconteció en el tiempo casi simultáneo de la quiebra de la librería de los Palenque.
Los Palenque eran una familia de viejos libreros; se remontaban  fines del siglo diecinueve y traían de sus ancestros el gusto por los libros y el saber.
La primera librería la habían abierto en la calle de los Revolucionarios de Mayo y era una de las pocas que tenían casi todos los textos.
Desde libros escolares, de poesías, de narrativas y catálogos universales. La frecuentaban escritores conocidos y jóvenes poetas.
Roberto Arlt solía compras novelas de los clásicos rusos y alemanes en humildes traducciones al abuelo de los Palenque.  Uno de estos, agrandó el emprendimiento librero y un escritor distinto lo visitaba diariamente.
Los viernes al anochecer se realizaban presentaciones de nuevos libros y lectura abierta de poemas.
Raúl González Tuñón, Leónidas Barletta, García Lorca, Pablo Neruda, Alfonsina Storni Manuel del Cabral, Abelardo Castillo, Rabindranath Tagore, Luis Calvo, Víctor Redondo, Graciela Aráoz y Julio Cortázar (cuando estudiaba en Buenos Aires), entre otros escritores, visitaron la librería de los Palenque.
El último hijo de esa familia librera, compró una tienda y la denominó “La carpa de la cultura”. Con esa carpa repleta de libros, recorrió casi toda la Argentina y parte de Sudamérica. En su interior carpero y literario leyó sus poemas Nicolás Guillén y sus cuentos Juan Carlos Onetti.
Y cuando la carpa se instaló en un temerario lugar del gran buenos aires, el poeta Tadevi, impulsado por el gran Di Serio y el sonetista puro Domingo José Martos, le hicieron presentar en público uno de sus primeros escritos.
La “La carpa de la cultura”, fue desgastándose y la librería entró en cese de pagos, finalmente la devaluación y la falta de créditos hundió en la quiebra y en el olvido al último de los Palenque libreros.





Continuará - Derechos Reservados

*Escritor